sábado, 20 de febrero de 2021

"Ludopatia. Minipandemia beneficiosa para algunos", por Óscar de Caso. "España es el segundo país del mundo que más dinero gasta en juego y apuestas".

         Uno de estos pocos camaradas (categoría muy superior a amigo) que te quieren desde que nos acercamos por primera vez, aunque se interpongan centenares de kilómetros y largas ausencias de abrazos.

       Decir amigo / es decir lejos / y antes fue decir adiós/ y ayer y siempre / lo tuyo nuestro / y lo mío de los dos. (J. M. Serrat).

       (Sean amables, benditos lectores, y disculpen esta deliciosa y expresiva pincelada de necesaria melancolía. Soy incorregible).

          Sigamos, a lo que iba. Este pedazo de pan al que he elogiado el párrafo anterior, me prestó un libro (¡ojo! Los libros tan solo deben dejarse en préstamo a categorías superiores a amigos entrañables), que contenía un ensayo sobre la ludopatía en toda su extensión.

            No es mi deseo provocarles aburrimiento con disquisiciones psiquiátricas alusivas al tema en cuestión. Lo que si pretendo es hacerles entender que son hechos probados dos cosas: España es el segundo país del mundo que más dinero gasta en juego y apuestas; y el otro grave problema es que la juventud, en este país, se está aficionando más y más a los juegos de azar. 

 Por fortuna, desde que hace muchos años la mayor parte de nosotros, por las buenas o por las malas, logramos entender que la ludopatía no era un vicio, sino una maldita y desastrosa enfermedad; dejó de ser algo inquisitivo para los sufrientes.

          Les escribiré lo que a un servidor le aconteció hace muchos años. Demasiado tiempo ha pasado desde que tuve un jefe, ¡qué digo un jefe!, una bondad hecha persona, generoso, atento, honrado, infatigable trabajador y un par de virtudes más que ahora no me llegan; hasta tal punto les diré, que mi esposa pernoctó gratis “a pensión completa” durante varios meses en su casa.

          Se merecía ganar mucho dinero, y así sucedía. La plantilla la componíamos: siete hombres, una mujer y su esposa. Regentaba una empresa muy bien consolidada y admirada. En numerosas ocasiones, le ofrecíamos participar en sorteos o porras domésticas, a lo que él, de manera serena y convincente respondía: “No creo en esas cosas, no me gustan”.

          Transcurrieron los años mansamente, con la misma tónica de productividad, compañerismo y beneficios económicos para todos. ¡La gloria en Cinemascope! Sucedió, que un mes se retrasó en el pago de las nóminas; no recuerdo que razonamiento abdujo, para todos nosotros nada ni importante ni sospechoso.

       Estuvimos sin cobrar durante seis eternos meses. Pretendía que creyéramos unas excusas y razonamientos peregrinos, infantiles y hasta obscenos. Como era lógico durante este tiempo le perdimos el respeto ya que él también lo había hecho al no pagarnos.

          No podíamos imaginar que una persona tan querida, honorable, trabajadora y sincera nos estuviera haciendo esta maldad. Antes de denunciarle, como última oportunidad, nos declaramos en legítima huelga, uniformados en la acera de enfrente con una pizarra, explicábamos a la gente que pasaba los motivos de nuestra desastrosa situación. 

 Nos filmaron en la televisión y crónicas en el periódico local. Él, en su cerrazón, nos despidió. Nosotros, en justa correspondencia, lo llevamos al Juzgado de Lo Social, donde se mostró en sus declaraciones ante el Juez, chulesco y desafiante.

          La sentencia, en implacable derecho, le obligó a readmitirnos y pagarnos las deudas. No pudo afrontar el pago ni quiso que volviésemos a trabajar. Atención, benditos lectores, el personaje había hecho una hipoteca de 45 millones de pesetas, para lo que el Banco le requirió como aval propiedades por valor de 250 millones de las antiguas pesetas. 

El Banco se lo había concedido y tan solo podía hacer frente a los pagos con nuestros sueldos. Fue el propio Director del Banco el que nos abrió los ojos en una entrevista que nos concedió, donde nos dejó estupefactos al comunicarnos que este hombre, desde hacía algún tiempo, era muy conocido en el Casino de la provincia.

          Conclusión: a nosotros nos colocaron en el Fondo de Garantía Salarial y a él, el Banco le despojó de todas sus pertenencias. Hoy, creo que sobreviven él y su esposa (no pueden tener nada a su nombre). El maldito juego supuso una gran desgracia para todos. En mi perplejidad, tardé meses en entender que este buen hombre no era un vicioso, sino un desgraciado enfermo. Lloré de rabia contenida durante algún tiempo.

Nada mejor para desprenderse de amarguras, que concluir esta lamentable historia, escribiendo todas las estrofas que acompañan al primer verso que coloqué al principio. La canción se titula “Decir amigo” (1974), está contenida en el disco “Canción infantil”.

         Aunque el título predispone claramente su contenido, tiene retazos de autobiografía de su juventud. Es muy emotiva. Poesía con denominación de origen.

Decir amigo

es decir juegos,

escuela, calle y niñez.

Gorriones presos

de un mismo viento

tras un olor de mujer.

 

Decir amigo

es decir vino,

guitarra, trago y canción,

furcias y broncas.

Y en Los Tres Pinos

una novia pa' los dos.

 

Decir amigo

me trae del barrio

luz de domingo

y deja en los labios

gusto a mistela

y a natillas con canela.

 

Decir amigo

es decir aula,

laboratorio y bedel.

Billar y cine.

Siesta en Las Ramblas

y alemanas al clavel.

 

Decir amigo

es decir tienda,

botas, charnaque y fusil.

Y los domingos,

a pelear hembras

entre Salou y Cambrils.

 

Decir amigo

no se hace extraño

cuando se tiene

sed de veinte años

y pocas 'pelas'.

Y el alma sin mediasuelas.

 

Decir amigo

es decir lejos

y antes fue decir adiós.

Y ayer y siempre

lo tuyo nuestro

y lo mío de los dos.

 

Decir amigo

se me figura que

decir amigo

es decir ternura.

Dios y mi canto

saben a quién nombro tanto.

 

  

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