No me permitiré entretenerles, benditos lectores, con más
palabras. Acto seguido, les transcribo la carta que dirigió a un grupo de
feministas Albert Boadella cuando era Director de los Teatros del Canal en
Madrid:
“Recuerdo haber incitado una polémica con las feministas por una carta en la que me comunicaban una investigación sobre la paridad en las obras escénicas. Los otros teatros oficiales cedieron rápidamente a las pretensiones de las feministas firmando una carta de paridad.
Estas sulfuradas damas nos advertían en su misiva que estaban investigando las últimas temporadas de los Teatros del Canal por si había insuficiente presencia femenina en las obras. Transcribo aquí la carta de contestación que testimonia mi total indiferencia (y deleite) ante las consecuencias que podría desencadenar una respuesta semejante.
Respetables
caballeras:
"Contesto a su insólita carta en las que nos comunican la “investigación” sobre porcentajes de machos y hembras en las programaciones 2013-2014 y 2015-2016 de los Teatros del Canal. Me parece entrever que esta singular operación de fisgoneo y vigilancia al teatro conlleva el ostentoso propósito de firmar una carta de igualdad.
Una firma que algunos cándidos y bienintencionados teatros han estampado ya jubilosamente. Digo jubilosamente en deferencia al público, pues a partir de la sagrada alianza con la igualdad, este podrá disfrutar de originales versiones como consecuencia del modelo estipulado.
Me imagino a Tartufa, Edipa, Otela, La Tía Vania, La venganza de Doña Menda o La perra del hortelano como nuevos
éxitos o éxitas de la cartelera, causados por el cumplimiento del acuerdo
paritario.
No dudo que el acuerdo pueda alentar una llamativa novedad en las corrientes más rabiosamente actuales de la escena. No obstante, me permitirán, respetables caballeras, que por mi parte no estampe la firma a tan pintoresco propósito. De hacerlo, estaría incurriendo en una redundancia inaceptable en relación con mi gremio.
Un gremio que desde hace siglos viene practicando una igualdad ejemplar entre machos, hembras y todas las variantes posibles de estos géneros. Los unos y los otros han sido retribuidos por igual en función del talento individual o las peculiaridades físicas. A través de la historia, la farándula ha significado el mayor espacio conocido de libertad e igualdad.
Un lugar donde se
ha vivido y fornicado por todas las aberturas posibles en igualdad de
condiciones y prestigio. Como consecuencia de tales libertades, sufrimos en el
pasado las “investigaciones” de la Inquisición con algunos finales de acto
entre las brasas.
No puedo dudar de sus intenciones, que son de buen seguro sacrificadas y benignas. Sin embargo, al percibirlas por escrito, mi memoria genética dispara un ligero escalofrío en recuerdo de ancestrales persecuciones del brazo secular.
Muy estimables damas, la totalidad de mi gremio y en particular los Teatros del Canal no requieren más servicios de “investigación y vigilancia” que los contratados con las empresas de seguridad.
Entiendan que para las señoras titiriteras
significaría una vejación que su trabajo fuera consecuencia de una norma
impuesta y no de sus méritos profesionales como siempre ha sucedido.
En cualquier
caso, vista su vocación celadora me atrevo a sugerirles que esta meritoria
labor estaría mejor empleada en otras variantes escénicas. Concretamente, en
las representaciones religiosas, donde los protagonistas son siempre del mismo
género. Esta característica haría del todo innecesario “investigar” sus
temporadas, porque llevan siglos con idéntico reparto.
Con el deseo
de que su inestimable misión encuentre otro espacio más apropiado, reciban mi
más cordial saludo".
Albert Boadella, Director de los Teatros del Canal
En septiembre del 98 y dentro del disco “Sombras de la
China”, el señor Serrat compuso la canción “La hora del timbre”. Es una
adaptación de un poema original del argentino José Luis Pérez Mosquera. Poeta
totalmente desconocido hasta entonces.
Erótica con suavidad, nos describe una
fantasía sensual donde el amante, a través de una mirilla, fabula sobre la
deliciosa jornada que transcurrirá con su amada.
He pasado el día preparando el corazón
para cuando suene el timbre de la puerta.
Sin embargo, desde las nueve cincuenta y tres,
me golpea las costillas reclamando de inmediato tu presencia.
A la hora del timbre, por la mirilla se ven
caramelos asomándose a un escote
y una gran sonrisa rodeada de mujer
con olor a hierbabuena presagiando la gloria en cinemascope.
Saldrán a su encuentro mis orejas y mi nariz,
y mis ojos ansiosos y el corazón consentido,
y mi mano izquierda decidida a investigar
los ojales y los botones de tu vestido.
A la hora del timbre, con caricias y café
cicatrizan las heridas cotidianas
en el cuarto oscuro del enamorado amor
donde una estufa ilumina justo apenas una pata de la cama.
Luego, a beso limpio, a salvo en el pequeño edén,
nos gastaremos los labios en un cuerpo a cuerpo fiero.
Huirán al exilio el miedo y la soledad,
y la muerte perderá por dos a cero.
A la hora del timbre, las campanas del reloj,
que anuncian alborozadas tu presencia,
repiten tenaces que empezó la cuenta atrás
y que vaya preparando de a poquito el corazón para tu
ausencia.
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