Las citas no siempre existieron. Pensar que el amor verdadero
puede aparecer cuando menos te lo esperas y, lo más molesto de todo, que
tenemos que tomarnos el trabajo de buscarlo porque puede estar en cualquier
parte son inventos relativamente recientes.
Como el entorno geográfico en el que se podía conocer una pareja hace un par de siglos era limitado, las relaciones transcurrían en un círculo profundamente predecible.
Como no había capacidad de elección, la sorpresa fue prácticamente
nula hasta el siglo XX, cuando llegaron dos innovaciones que cambiarían para
siempre la manera de conocerse: los bares y las bicicletas.
La revista Century en 1894 publicaba: “La bicicleta es un gran nivelador social que pone al hombre pobre al nivel del rico. Permitiéndole cantar la canción de la carretera tan libremente como un millonario”. Gracias a la bici, ligar nunca volvió a ser igual.
Ya no hacía falta dinero para tener un caballo que permitiera desplazarse a otras poblaciones lejanas. Algunos biólogos incluso relacionaron la bicicleta con la mejora genética, ya que favoreció una mayor mezcla entre individuos de poblaciones distantes que nunca antes habrían podido encontrarse para formar una familia.
Hizo falta que hubiera suficientes mujeres
trabajando en grandes ciudades, fuera de sus hogares, para que pudieran
encontrarse con desconocidos sin la supervisión de amigos y familiares.
Un siglo después, las pantallas están vaciando el ocio nocturno como lugar principal de encuentro. También en España. En 1999, el 65 por ciento de los jóvenes de entre 18 y 25 años salían todos los fines de semana. Era prácticamente obligatorio.
¿Qué iban a hacer si no con 19 años? Salir significaba ir de noche a bares, porque ir a bares significaba ligar. Beber, más que un fin en sí mismo, era un medio. Veinte años más tarde, la cifra de jóvenes que sale todos los fines de semana se ha reducido a menos de la mitad y ronda el 25 por ciento. Además, se está trasladando a otras horas del día (tal vez porque hay mejor luz para las fotos de Instagram).
Los jóvenes salen y beben menos porque ya no lo necesitan
para conocer gente nueva a la que tirarle los tejos, algo que pueden hacer
tranquilamente en pijama desde el sofá. Los menores de 30 años pasan unas diez
horas a la semana conectándose a las aplicaciones de citas. Las mismas que
antes se pasaban en los bares.
¿Pero cómo determina Tinder la posibilidad que tiene una persona de interesarse por otra? La periodista francesa Judith Duportrail trató de descubrirlo y pidió a Tinder que le enviara todos los datos que guardaba de ella. Cualquier ciudadano europeo tiene derecho a solicitar a las empresas la información que dispone de él.
Recibió ochocientas páginas con sus secretos más íntimos e información de ligues que ella ya había olvidado, pero Tinder no. La app podía deducir muchas cosas sobre la joven francesa gracias al acceso que tenía, por ejemplo, a sus “me gusta” de Facebook.
También podía saber qué frases para ligar y en qué
sitio se encontraba cuando algo o alguien la excitaba para deslizar su perfil
hacia la derecha. La excusa de la plataforma es que, cuanto más sabe de alguien,
mejor seleccionará los perfiles compatibles.
En Tinder los hombres con alto nivel de estudios y alto nivel salarial tienen puntos extras, mientras una mujer con las mismas características tiene puntos negativos. El fin de esto es que los hombres hagan match con mujeres inferiores a ellos. Tinder se reserva en sus condiciones de uso el derecho a emparejar gente en función de jerarquías sociales y estándares de belleza.
El sistema busca unir a los hombres con mujeres más jóvenes y que ganen menos dinero que ellos, sean más bajitas y tengan una autoestima acorde con el ego masculino que mejor le encaje.
A ellas también les gustan los hombres más altos. Del mismo modo se ha vuelto habitual en Tinder especificar preferencias alimenticias. El aumento de términos como kombucha y aguacate esconde también un sesgo económico.
La kombucha es un té fermentado hípster que presume
de saludable y cuesta cuatro veces más que un refresco cualquiera. Desayunar
aguacate también es mucho más caro que unos Corn Flakes. La comida favorita es
un filtro de clase mucho más sutil que poner en el perfil “absténgase pobres y
gordos”.
El mejor día para encontrar un match son los lunes, seguramente porque la decepción del último fin de semana hace bajar el listón. La hora ideal, las diez de la noche.
Y los emojis más intercambiados, los cerveza, guiño y sonrisa. Si la
escritora Carmen Martín Gaite hubiese escrito sobre los usos amorosos del siglo
XXI, en lugar del lenguaje de los abanicos y de los peinados habría analizado
el lenguaje oculto de los emojis y
los selfis con morritos.
POSDATA. - El escrito de hoy es un pequeño resumen del libro
“Lo imprevisible”, escrito por la periodista Marta García Aller.
El poema elegido es de don Mario Benedetti, escrito hace más de veinte años dentro del libro “Existir todavía”. En este poema el escritor uruguayo hace destacar la gran influencia y la enorme cantidad de culpa que han tenido desde hace miles de años el partidista y mal uso del proselitismo de las distintas religiones y la ingente e indiscriminadas muertes que los humanos se han infringido entre sí en nombre de las mismas.
Los signos de
puntuación los ha colocado un servidor para una mejor comprensión del poema.
Don Mario casi nunca los utilizaba.
Esta guerra no es cosa del destino,
es ansia de matar, tan sólo eso,
a mujeres y niños de ex profeso,
y a todo el que se cruce en el camino.
Cuando el amo del mundo es un cretino,
borracho de petróleo y siempre ileso
de su culpa convicto y no confeso,
ha aprendido el manual del asesino.
Todas y todos somos candidatos
a sufrir la piedad que deteriora,
dondequiera habrá trampas y arrebatos
y otras palizas a la pobre tierra,
y con Biblia, Talmud, Corán y Torá
siempre habrá un dios para apoyar la guerra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario