Voy a
ponerles en situación, benditos lectores. El escrito de hoy es un pequeño
resumen de la conversación que sostiene un estudiante que desea hacer su tesis
doctoral sobre el arte del teatro; para lo cual, visita al señor Albert
Boadella en su masía de Girona para que le ilustre sobre dicho tema. Don
Albert, antes de profundizar en el tema en cuestión, le obliga a que se
instruya de manera clara, práctica y contundente en lo que es el artista y el
arte. Les dejo con la conversación.
BOADELLA- Le planteo un ejemplo que está a la vista de todos.
¿Sabe usted cuál es la diferencia entre el Museo del Prado y el Reina Sofía?
JOVEN- Bueno, pues… No sé… Lo clásico y lo contemporáneo.
B- Ja, ja, ja… Otra vulgaridad de este calibre y acabamos el
adiestramiento.
J- De las artes plásticas no tengo una información muy…
B- ¡Prohibido el término “artes plásticas”! ¿No ve, insensato,
que es la primera trampa para eliminar cualquier referente del pasado? Ya no
separan la pintura de la escultura o el grabado y el dibujo. Se trata de diluir
los términos concretos para ganancia de aprovechados y mediocres. ¡Está claro!
Sin referentes puede ser usted un genio mañana mismo.
J- Visto así… Entonces ¿cuál es la diferencia entre esos dos
museos que me cita?
B- Es algo tan simple y concreto como la vida y la muerte. El
Prado incita a la vida. Admiramos, recordamos y gozamos, reviviendo momentos
vibrantes del hombre y su inteligencia para hacerlos presentes hasta hoy. El Museo Reina Sofía es el tanatorio donde se expone la muerte del arte en nuestro
tiempo y su putrefacción reciclada y orientada hacia una ladina organización
financiera multimillonaria.
Entienda
joven, de una vez que en una obra de arte no hay lugar para el consenso. Es una
verdad indiscutible en sí misma. Buscan, para su provecho, todos los
subterfugios posibles a través de enmarañar los términos. Si realizo
“vanguardismo escénico”, nadie me va a comparar con Lope. ¡Claro! Si hago
“artes plásticas”, nadie me va a asimilar a Tiziano. Todo a su medida.
J- Vale. Y en concreto ¿Cómo se traduce todo esto de forma
práctica?
B- Vaya primero al Museo del Prado.
J- ¡¡A Madrid!!
B- ¡Pues claro! No se abrume por la cantidad de inteligencia
concentrada en aquel espacio. Busque simplemente La carga de los mamelucos, de
Goya. Mírelo intensamente durante media hora, intentando que la imagen quede
grabada en su retina. No escatime tiempo. Para no perderla salga corriendo
hasta el Reina Sofía.
J- ¿Me está diciendo que debo desplazarme de un lugar a otro
corriendo?
B- Corriendo tan rápido como sea capaz. Hay menos de un
kilómetro. Usted es muy joven. Lo puede hacer en cinco minutos. Directo al
Reina Sofía. Plántese en la sala del Guernica. Se sitúa a ciegas frente
al cuadro. Mantenga los ojos cerrados hasta que reproduzca mentalmente el Goya.
Cuando lo tenga, los abre de súbito delante del Picasso y verá cómo, al
instante, experimenta la misma sensación que le he descrito sobre los dos Museos.
J- ¿La vida y la muerte…?
B- ¡Exactamente! Lo percibirá a través de dos obras de temática
violenta y trágica, situadas en las antípodas. Eso que le indico es esencial
para orientar su óptica futura. Si no lo advierte no vuelva por aquí, porque no
hay nada que hacer.
DOS DÍAS
DESPUÉS
B- ¿Ya está de vuelta de Madrid?
J- Es que no he viajado hasta allí. Me pareció entender por
dónde iban sus intenciones y he tenido una idea mejor. Me hice con una imagen
de Las Meninas de Velázquez y me fui al museo Picasso de Barcelona. Una
vez delante de las variaciones que hizo Picasso del cuadro de Velázquez, yo
miraba con intensidad la reproducción, cerraba los ojos y los abría observando
fijamente Las Meninas de Picasso. Y así sucesivamente.
B- O sea, que no ha podido reprimir su creatividad. En
absoluto era lo que yo quería que hiciera.
J- Pero ¿no he realizado poco más o menos lo que me ha
pedido?
B- La cerrazón mental que sufre no le ha dejado situarse como
un simple aprendiz y captar humildemente mis indicaciones. Si las hubiera
seguido al pie de la letra habría experimentado la sensación que yo le describí
o por lo menos algo de naturaleza más perspicaz. Era un ejercicio esencial para
empezar.
J- ¿Concretamente el qué?
B- Oler la belleza y la nada. La abnegación y la suficiencia.
La vida y la muerte de un arte separados solo por ochocientos años. Y los
hubiera percibido porque las dificultades para ir allí, el esfuerzo de correr
aquellos metros y todo el ritual que le indiqué eran la clave para sentir algo
tan etéreo como mi propuesta. La verdad no se distingue sin cierto olor.
J- Me fui al Museo Picasso y aguanté una hora ante…
B- ¡Aprendiz! ¿Quiere callarse de una puta vez? ¡No es lo mismo! Las llamadas Meninas de Picasso no son una diversión del pintor. Son una pataleta de impotencia ante una obra sublime. Nadie sensato se atreve a defender aquello frente al genio de Velázquez. Ni tan siquiera sus cofrades progres. Por el contrario, el Guernica es trascendental.
Si hubiera estado
allí, habría visto delante del cuadro un enjambre de incautos en adoración. Es
una imagen emblemática. Los incautos, claro, porque el Guernica solo
significa la contraseña de un astuto negocio que marca el fin de la pintura y
la entrega de sus despojos a los parias de la tierra en forma de grafitis o lo
que hoy llaman “artes plásticas”.
¡Es un grafiti plano sin perspectiva en blanco y negro! Una imagen de comic que además significa el icono de la devastación, pero no la del pueblo de Guernica, que para nada retrata. Personifica la devastación de la inteligencia en una parte fundamental de las artes y su regresión a un contexto infantil.
Eso sí, le
reconozco a la viñeta picassiana el inicio del negocio ingenioso y embaucador
de vender la nada a precios astronómicos a los snobs millonarios que compiten
en el precio de las artimañas plásticas, creyéndose así en la élite de los
entendidos.
J- ¿Me está diciendo que todo el arte contemporáneo es un
objetivo financiero?
B- Está muy claro. Entienda que, como ardid financiero, tampoco es nuevo. Hace siglos, Europa ya vivió el gran negocio de las reliquias millonarias, que actualmente no valen nada. La diferencia es que hoy la engañifa es laica y, por tanto, mucho menos fantasiosa que el timo religioso.
El uruguayo
Mario Benedetti nos escribe hoy una relación muy precisa del tipo de gente que
le gusta. Muy sensato él.
«La gente que me gusta»
Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace. La gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su propia realidad.
Me gusta la gente con capacidad para asumir las consecuencias
de sus acciones, la gente que arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás
de un sueño, quien se permite huir de los consejos sensatos dejando las
soluciones en manos de nuestro padre Dios.
Me gusta la gente que es justa con su gente y consigo misma,
la gente que agradece el nuevo día, las cosas buenas que existen en su vida,
que vive cada hora con buen ánimo dando lo mejor de sí, agradecido de estar
vivo, de poder regalar sonrisas, de ofrecer sus manos y ayudar generosamente
sin esperar nada a cambio.
Me gusta la gente que posee sentido de la justicia.
A estos los llamo mis amigos.
Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría y la
predica. La gente que mediante bromas nos enseña a concebir la vida con humor.
La gente que nunca deja de ser aniñada.
Me gusta la gente que, con su energía, contagia.
Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con
argumentos razonables a las decisiones de cualquiera.
Me gusta la gente fiel y persistente, que no desfallece
cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.
Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza en
reconocer que se equivocó o que no sabe algo. La gente que, al aceptar sus
errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.
La gente que lucha contra adversidades.
Me gusta la gente que busca soluciones.
Me gusta la gente que piensa y medita internamente. La gente
que valora a sus semejantes no por un estereotipo social ni cómo lucen. La
gente que no juzga ni deja que otros juzguen.
Me gusta la gente que tiene personalidad.
Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del
ser humano, es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale del corazón.
La sensibilidad, el coraje, la solidaridad, la bondad, el
respeto, la tranquilidad, los valores, la alegría, la humildad, la fe, la
felicidad, el tacto, la confianza, la esperanza, el agradecimiento, la
sabiduría, los sueños, el arrepentimiento y el amor para los demás y propio son
cosas fundamentales para llamarse GENTE.
Con gente como ésa, me comprometo para lo que sea por el
resto de mi vida, ya que, por tenerlos junto a mí, me doy por bien retribuido.
Comparen las estéticas de los gobiernos de zapatero versus el de sánchez y verifiquen de paso si cumplen, o no, cada uno de los ministros que los compusieron, cada una de las cualidades que señala Benedetti.
ResponderEliminarCon atención especial a los dos primeros ministros.