sábado, 10 de abril de 2021

"Rebeldía sin causa", por Óscar de Caso. Albert Boadellla: "La sociedad de consumo, saciada de consumir por consumir, se va consumiendo a sí misma”.

            Habrán podido observar que, en esta última generación de jóvenes, los padres han cometido un irreparable error en lo que se refiere a la educación y el trato hacia sus hijos; los progenitores se han acercado en demasía hacia el mundo infantil de sus hijos. Especifico: que el mundo infantil al que me refiero es aquél que finaliza cuando los niños dejan de ser niños, es decir, cuando empiezan a pensar por y en sí mismos y a tener su lógica.

          Hace un par de generaciones atrás los padres mantenían una distancia de seguridad muy notable hacia sus hijos, era lo corriente, el universo infantil ni les interesaba ni podía interesarles, no se forzaba el orden natural de las jerarquías, era y debía de ser el sentido común en sus relaciones lo más corriente. Los niños debían de observar desde su distancia las necesidades y desgracias de la vida sin manipulaciones ni azucaramientos. 

Era poco probable que los padres se atrevieran a penetrar en el mundo de los niños, y estos, no apreciaban en ello ninguna falta de afecto hacia sus personitas. Padres e hijos no tenían ni debían ser amigos, circunstancia de la que hoy se jactan un gran número de padres, presumiendo de cercanía y compenetración fraternal hacia sus vástagos pequeños, ¡inocentes!, ya se arrepentirán.

               Como de normal suelo escribir lo que pienso, sostengo que existe una mayoría de padres que desean la descendencia casi como la posesión de una mascota, además, utilizan a sus retoños para poder descargar en ellos sus egoístas frustraciones acumuladas.                                                                       

          No debemos mostrar perplejidad alguna cuando ciertos (cada vez más) cruceros, restaurantes u hoteles nos exigen para poder disfrutar de sus instalaciones la obligación de dejar a los niños en casa. No debería ser un tormento para nadie tener que aguantar los lógicos gritos y excentricidades que estos “locos bajitos” exteriorizan en estos lugares que son propios para uso y disfrute de adultos; y mucho menos cuando se trata de visitas sociales en casa de amigos o conocidos.

 Los niños en estas situaciones se muestran como implacables tiranos y dictadores, a consecuencia de no haber mantenido hacia ellos una higiénica distancia social familiar, desean ser el centro de atención de las personas mayores; la potencia irracional de estos pequeños es tremenda, desarrollando cualquier barbaridad para conseguirlo. El trato hacia ellos en estas situaciones debe ser sutil en extremo.

          A mi parecer, el inicio de esta lamentable situación se haya en el momento en que el sistema educativo se revierte y se pervierte con la falta de respeto que los alumnos mantienen hacia el profesorado a causa de: la total delegación por parte de los padres en la educación moral y social de sus hijos.

¡Ojo! Los docentes están para enseñar cultura, no para educar. ¡nunca nos confundamos! En España hemos pasado (como en casi todas las situaciones) de que un profesor le pegue una hostia a un alumno, a que el padre del alumno le calce un puñetazo al profesor, ambas situaciones perpetradas sin motivo grave alguno.

          La cosecha de estas pobres semillas la padecemos hoy con esos niños que se entrometían en las conversaciones de los adultos para ser el centro de atención; de esos otros faltos de educación y vergüenza que plantaban cara al profesorado con el beneplácito de sus papas.

 Hoy nos hacen padecer uniformados de ministros, secretarios o presidentes. Son los mismos que se han pasado parte de sus vidas recibiendo atenciones excesivas, cuantiosos regalos improcedentes, alabanzas desmesuradas, minuciosas explicaciones donde no había lugar, profilácticos aislamientos sociales y media docena de atenciones más que en este momento no me llegan.

          Para gran parte de esta generación salida de este empalagamiento amoroso familiar los “viejos” son el resto de personas que ellos denominan “jóvenes”. Utilizan el término “viejo” como desprecio hacia la vejez, como un insulto, como algo denostado, casi racismo generacional; obligando a ridículas personas con edad a hablar, vestirse y comportarse de manera impropia de sus años con el propósito de parecer lo que nunca pueden ser. 

 Algunos poco pensados podrían atribuir este escrito a un enfrentamiento generacional entre viejos y jóvenes. Si en unos momentos de sosiego por parte de ustedes, benditos lectores, analizan esta situación que les he planteado en este escrito, y lo interiorizan sin apasionamiento y tienen la voluntad de mirar en su alrededor y asomarse a la ventana, comprobarán que no me encuentro lejos de la casi cruel realidad que nos rodea.

          Como escribe don Albert Boadella: Esto es el inicio de un nuevo orden de alto riesgo. La sociedad de consumo, saciada de consumir por consumir, se va consumiendo a sí misma”.

La canción que cierra hoy estas letras fue compuesta por el cantautor cubano de 76 años Silvio Rodríguez Domínguez. La tituló:” ¡Ojalá!”. Toda una deliciosa y poética retahíla de deseos.

  

Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan,

para que no las puedas convertir en cristal.

Ojalá que la lluvia deje de ser milagro que

baja por tu cuerpo.

Ojalá que la luna pueda salir sin ti.

Ojalá que la tierra no te bese los pasos.

Ojalá se te acabe la mirada constante,

la palabra precisa, la sonrisa perfecta.

Ojalá pase algo que te borre de pronto,

una luz cegadora, un disparo de nieve.

Ojalá por lo menos que me lleve la muerte,

para no verte tanto, para no verte siempre.

En todos los segundos, en todas las visiones.

Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.

Ojalá que la aurora, no dé gritos que caigan en mi espalda.

Ojalá que tu nombre, se le olvide a esa voz.

Ojalá las paredes no retengan tu ruido de

camino cansado.

Ojalá que el deseo se vaya tras de ti,

a tu viejo gobierno de difuntos y flores.

Ojalá se te acabe la mirada constante,

la palabra precisa, la sonrisa perfecta.

Ojalá pase algo que te borre de pronto,

una luz cegadora, un disparo de nieve.

Ojalá por lo menos que me lleve la muerte,

para no verte tanto, para no verte siempre

En todos los segundos, en todas las visiones.

Ojalá que no pueda

tocarte ni en canciones.

2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo con este artículo.
    Fui alumno en los ochenta y noventa: educado en mi casa, sabiendo respetar al prójimo y sobre todo a los docentes, me fue estupendamente.
    Cuando me convertí en docente advertí ya el cambio en los alumnos, sin generalizar por supuesto. Y de ahí al declive que en algunos casos hay, de actitud en alumnos y prepotencia de los padres, el panorama no es muy halagüeño. Y me refiero a la ESO.
    Los cambios no son siempre a mejor. Se pierde en algo y se gana en otras cosas. Pero a veces las pérdidas son irreparables.

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  2. Con el tema del respeto, educación hacia los demás, ahora llevamos unos años con mucho déficit y muchas veces gracias a lo que vemos, oímos, leemos en las noticias y canales de internet.

    Pero existen una clase política que le interesa tener esta clase de gente, para ellos estar mucho tiempo en el poder.

    Soy Arturo Pérez Reverte

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