A los políticos las mentiras les pasan pocas facturas. Es más, puede incluso resultarles más útiles que nunca en campaña. De ser bochornoso, mentir ha pasado a convertirse en una estrategia pensada para que los pillen, porque es el revuelo que crea el desmentido lo que consigue marcar agenda.
Incluso la proliferación del fact
cheking (verificación de los hechos) puede jugar en favor de algunos
políticos mentirosos. Desenmascarar las mentiras y medias verdades de los
políticos es una obligación periodística. La pregunta es: ¿para qué sirve? A la
hora de decidir a quién votar, parece que para poco. Esto es al menos lo que
revelan numerosos psicólogos que analizan el efecto de las mentiras en
política.
Siempre ha
habido candidatos deshonestos, la novedad es que nunca les ha salido tan a
cuenta serlo abiertamente. No sólo han cambiado ellos y las tecnologías. Hemos
cambiado, sobre todo, los votantes. Además de crédulos, dicen los expertos que
cada vez somos más indulgentes con las falsedades cuando descubrimos que un
político ha tratado de engañarnos.
Tanto en el
Reino Unido como en Estados Unidos llevan tiempo estudiando sobre todo desde el
brexit y la victoria de Trump en
2016, cómo afecta al votante la incorporación de las mentiras sin complejos en
la estrategia política. Hay suficientes indicios de que en contextos
polarizados son muchos los ciudadanos que apoyan a los candidatos que mienten a
sabiendas de que lo hacen.
En 2019, el índice de aprobación de Trump era once puntos más alto que el porcentaje de personas que confiaban en que decía la verdad. No solo pillar mintiendo al candidato favorito no cambia un voto, sino que puede servir para ganar más apoyos, especialmente si el bulo confirma una idea preconcebida de la realidad (un prejuicio, vamos),
Es decir, el umbral de la verosimilitud que le damos a una información depende de si sirve para darnos la razón. Sobre todo, en contextos en los que la decisión de a quién apoyar en las urnas se toman con motivos más relacionados con las emociones y los miedos que con la razón.
De
ahí que, a los partidos populistas, los que más incentivan las emociones y
simplifican la realidad ofreciendo soluciones imposibles a sabiendas de que no
lo son, las mentiras les pasen menos factura e incluso puedan serles
abiertamente útiles en campaña.
Hay otra manera de explicar que las mentiras pasen tan inadvertidas: la pereza. Creer a los políticos que dicen lo que queremos oír requiere menos esfuerzo que dudar de ellos.
El experto en comunicación Timothy Levine, profesor de la Universidad
de Alabama y autor del libro Duped,
lleva décadas estudiando la capacidad que tenemos de darnos cuenta de que nos
están mintiendo y su conclusión es que somos mucho peor detectores de mentiras
de lo que nos creemos. El error en la autopercepción hace que seamos aún más
vulnerables porque nos pasamos de listos.
En numerosos experimentos se ha demostrado que la mayor parte de la gente es incapaz de detectar cuándo le están engañando, porque estamos diseñados para confiar en los demás inconscientemente (y esto incluye también a los agentes del FBI y de la Agencia de Seguridad Nacional [NSA]).
Entre las explicaciones que cuenta Levine está la propia necesidad evolutiva de creer que los demás nos están diciendo la verdad. Confiar es lo más eficiente, porque, en realidad, la mayor parte del tiempo es cierto que la gente es honesta y no tendríamos tiempo de dudar todo el rato de lo que nos cuentan, como tampoco tenemos tiempo de contrastar cada noticia que nos reenvía la familia por WhatsApp.
Lo cierto es
que apenas dudamos de ninguno de los cientos de mensajes y noticias que
recibimos al cabo de un día. En Campaña Electoral pasa lo mismo con los
políticos con los que nos identificamos.
POSDATA.- El escrito de hoy es una síntesis de los razonamientos de la periodista Marta García Aller. Explicarlo más claro debe ser una tarea muy difícil.
Os dejo hoy con el poema con denominación de origen de
Joaquín Sabina “Sin pena ni gloria”.
Que os parece esto?
ResponderEliminarEsto es normal o solo pasa con estos macarras de dirigentes?
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Pues lo que a toda persona sensata, me parece muy mal. Pablo no conquistará el cielo, el se irá, pero deja violencia, mal rollo y una izquierda radicalizada.
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