Hace bastantes años, hubo una serie de televisión protagonizada por mi admirada Rosa María Sardá viviendo en una apacible masía catalana donde la visitaban con mucha frecuencia sus hijos y nietos.
Empleaba
en ella a un musulmán socarrón y campechano, castigado en mil batallas
sociales; cuando a la Sardá la surgía alguna situación donde se necesitaba una
decisión rápida y simple, esta mujer le consultaba al musulmán; cuando la
respuesta era: “Señora, lo que no puede
ser, no puede ser”, ella no tenía duda de que era un no rotundo.
Volviendo al presente, benditos lectores, sostengo lo que le decía el árabe a la catalana; que hacer pactos la izquierda con uno de los componentes del vetusto bipartidismo, es decir, el PSOE, es pedir peras al olmo y necesitar un espejo de modo urgente para no autoengañarse.
Con estos señores socialistas sin denominación de origen
tan solo se pueden formar alianzas muy puntuales y “muy flojitas”. Así mismo,
se da la circunstancia que al abdicar el emérito, el Poder ya tiene preparado
su plan económico para los años venideros.
La España de hoy debería ser decisiva en dos opciones: la superación del capitalismo abocado al colapso de la civilización industrial y una política adecuada al palpable cambio climático que se sufre.
Para intentar lograr estos objetivos se debe
hacer muy pública la sanidad, la enseñanza y una atención puntual a las
políticas sociales y de género; hacer efectiva y sin contemplaciones la
laicidad del Estado y como colofón tratar de conseguir un mayoritario respaldo
para implantar la III República Federal Española.
Sánchez poco imaginaba que su incuestionable victoria dentro del partido le fuera a corresponder un gobierno tan desapacible en donde las legítimas exigencias prometidas a sus votantes y a sus socios de coalición fueran tan obligadamente perentorias.
Los varones de su partido añoran esos tranquilos y dulces momentos en que los gobiernos bipartitos centrales se alternaban en el poder en ficticia y descarada contienda.
Se ha encontrado de bruces con unas derechas que no
quieren soltar la caja del dinero público; la patronal de los empresarios que
aprietan con más reformas laborales, exención “porque sí” de sus impuestos y el
despido aún más libre, gratis y con bofetada incluida; de los Bancos mejor no
escribir para evitar bilis y merecidos odios; y por finalizar, que a una de las
empresas más antiguas del mundo deslocalizada en el Vaticano se le consiga
aplicar la misma Ley que al resto de los ciudadanos. Así es la realidad que se
le ha presentado a Sánchez. No le deseo suerte, sino mucho coraje.
Si este Cobierno de coalición no quisiera, no pudiera o no le dejaran hacer frente efectivo a estos graves problemas que hacen estremecer a la ciudadanía, no solo fracasaría el Gobierno; con él, cavarían su fosa los partidos de la coalición.
Terminaré con palabras de don Julio Anguita: “Si este autodenominado Gobierno progresista se limita solo a gestionar lo existente, elude la confrontación ideológica, económica y de valores, ya está derrotado”.
Finalizo el escrito de hoy con las letras del poeta León Felipe titulado: “¿Por qué habla tan alto el español?”. Está contenido en el libro: “España e Hispanidad México – Bogotá 1942 y 1946”.
Este tono levantado del español es un defecto, viejo ya, de
raza. Viejo e incurable. Es una enfermedad crónica.
Tenemos los españoles la garganta destemplada y en carne
viva. Hablamos a grito herido y estamos desentonados para siempre, para siempre
porque tres veces, tres veces, tres veces tuvimos que desgañitarnos en la
historia hasta desgarrarnos la laringe.
La primera fue cuando descubrimos este continente, y fue necesario que gritásemos sin ninguna medida: ¡Tierra! ¡Tierra! ¡Tierra! Había que gritar esta palabra para que sonase más que el mar y llegase hasta los oídos de los hombres que se habían quedado en la otra orilla.
Acabábamos de
descubrir un mundo nuevo, un mundo de otras dimensiones al que cinco siglos más
tarde, en el gran naufragio de Europa, tenía que agarrarse la esperanza del
hombre. ¡Había motivos para hablar alto! ¡Había motivos para gritar!
La segunda fue cuando salió por el mundo, grotescamente
vestido con una lanza rota y una visera de papel aquel estrafalario fantasma de
la Mancha, lanzando al viento desaforadamente esta palabra de luz olvidada por
los hombres: ¡justicia! ¡justicia! ¡justicia!... ¡También había motivos para
gritar! ¡También había motivos para hablar alto!
El otro grito es más reciente. Yo estuve en el coro. Aún
tengo la voz parda de la ronquera. Fue el que dimos sobre la colina de Madrid,
en el año de 1936, para prevenir a la majada, para soliviantar a los cabreros,
para despertar al mundo: ¡eh! ¡que viene el lobo! ¡que viene el lobo!... ¡que
viene el lobo!
El que dijo tierra y el que dijo justicia es el mismo español que gritaba hace 6 años nada más, desde la colina de Madrid, a los pastores: ¡eh! ¡que viene el lobo! Nadie le oyó.
Los viejos rabadanes del mundo que
escriben la historia a su capricho, cerraron todos los postigos, se hicieron
los sordos, se taparon los oídos con cemento, y todavía ahora no hacen más que
preguntar como los pedantes: ¿Pero por qué habla tan alto el español?
Sin embargo, el español no habla alto. Ya lo he dicho. Lo volveré a repetir: el español habla desde el nivel exacto del hombre, y el que piense que habla demasiado alto es porque escucha desde el fondo de un pozo.
"España huele a pueblo", de Benito Morero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario