Este escrito
es una conclusión, moraleja, miscelánea o cómo quiera llamarse sobre la crisis
que está azotando a las personas pobres (sí, pobres, dejémonos de eufemismos de
bisutería tal que: desfavorecidos, tercer mundo, marginados, necesitados y
media docena de etcéteras más).
El que suscribe
el artículo no es un servidor (ya quisiera yo). El autor no se lo comunicaré a
ustedes, benditos lectores, hasta el final de la entrega del mismo para evitar condicionamientos
políticos, morales o sectarios; su publicación se hará en varias partes debido
a la extensión del mismo; lógica, por otra parte, ya que esta angustia ha
perdurado y lo sigue haciendo por demasiados años.
Sería
deseable e incluso conveniente que, ya que por desdicha tenemos demasiado
tiempo libre, lográsemos con la lectura del mismo una introspección o catarsis
de nuestro comportamiento como humanos que somos de nuestras obras, nuestras
palabras y nuestras omisiones.
No deseo
añadir más; merece la pena entenderlo.
Viendo el
despliegue del entendimiento humano a través de la historia, supo Hegel que
sólo el esclavo puede conocer lo que es en verdad una manzana. Es el esclavo
quien siembra la semilla, la recubre de tierra, la riega, cultiva; habla al
árbol y al final la recolecta.
Es quien la transporta, la limpia y prepara para
llevarla a la mesa donde el señor, ignorante de tanto esfuerzo, lo único que
hace es comérsela. Puede, incluso, preferir no comérsela. Puede elevarse sobre
esa necesidad: le basta saber que la manzana, como el resto de las cosas y de
las personas, es suya. El esclavo, igual que la manzana, son sólo medios para
sus fines.
Una vez luchó para ser amo, pero eso ya pertenece a la historia.
Hoy, su vida es contemplativa. El trabajo es una fuente de conocimiento para el
esclavo porque no trabaja para él. El amo ya no necesita trabajar.
Pero todas
las cosas que posee el amo están mediatizadas por la conciencia del esclavo que
las ha producido.
Poco a poco, el amo va perdiendo de vista el mundo natural.
Lo único que obtiene es a través del esclavo, pero éste no es sino un
instrumento. Lo único que reconoce el amo en el esclavo es que el esclavo lo
reconoce a él como amo. En esa relación, la única conciencia capaz de reconocer
al otro es la del esclavo.
Esa persona que, al igual que un animal, carece de
reconocimiento. El esclavo sabe todo lo que hay que saber sobre la manzana y
sobre el amo. Está al acecho, pues depende del mundo natural y de la voluntad
del señor. El amo, por su parte, estará siempre necesariamente mortificado.
Hay
algo que falta y no puede tener mientras siga siendo el amo: el reconocimiento
de sus iguales. El esclavo está en un camino que lleva a un final de libertad.
Todavía su conciencia servil, esa
existencia sin reconocimiento que lo equipara a cualquier otra realidad de la
naturaleza, que le hace preferir la vida biológica antes que la vida en
libertad –podría morir si pretendiera alcanzarla-, le impide formar parte de la
historia. Pero la historia está en marcha.
Sólo cuando el esclavo niegue a
quien le esclaviza y se arriesgue a morir, nacerá como individuo, tendrá
libertad, formará parte de la historia. Cuando niegue a quien le niega, deja de
ser naturaleza y pasa a ser un ser humano, consciente y reconocido.
El esclavo está
muy cerca de la vida natural porque depende de las cosas. No arriesgará la vida
sin más. Está muy cerca de la lucha inmediata por la supervivencia. La vida del
amo es más confusa. Vive como un ser humano –reconocido por el esclavo-, pero
consume como un animal –no trabaja para conseguir las cosas-.
El esclavo mira
la libertad de su señor y la irá reconstruyendo desde su propia realidad. Pronto dará el salto y entenderá su vida desde
una conciencia desdichada. El esclavo tiene también la angustia de la muerte,
pero no puede hacer nada porque su trabajo no le pertenece, no puede liberarse
a través de él. Sólo con la elevación de conciencia podrá conocerse a sí mismo
y exigir conocimiento.
Pero no ya del amo –volvería a la rueda de la guerra-,
sino a sus iguales en una sociedad donde nadie sea dueño de nadie. Se habrá
elevado entonces sobre la vida natural, la que quiere sólo sobrevivir de
cualquier modo. Ahora, con esa conciencia, puede morir en el intento de ser un
hombre libre, de tener el reconocimiento de los hombres libres.
A través de la dialéctica,
donde lo negativo lo representa el amo, el esclavo se ha convertido en una
persona para sí mismo.
Solo el
esclavo se pregunta: ¿por qué si todo lo que está ante nuestra vista ha sido
hecho por nosotros, nada nos pertenece? En Espartaco,
la novela de Howard Fast, un decadente Senador romano se pregunta a su vez cómo
es posible que, incluso una vez derrotado, el líder de los esclavos siga
dominando las mentes y los corazones de vencedores y vencidos.
La
contradicción entre opresores y oprimidos entrega a los dominados una
conciencia especial. La historia se mueve porque la hacen seres humanos que
piensan y sienten. No basta con despojar a los trabajadores del fruto de su
trabajo si no se les despoja de su determinación a alcanzar la plenitud, de su
deseo de ser igual a los que tienen más capacidad de elegir.
Cuando los
despojados construyen la conciencia de la injusticia (cuando elaboran el dolor
y lo convierten en saber), transforman su deseo en acción colectiva y, si
reúnen las fuerzas suficientes, arman el cambio social. Siempre fueron los
necesitados los que empujaron a la historia para salir de la necesidad. Lo sagrado, esa búsqueda de lo que es
verdad, de lo que es bueno, de lo que es hermoso, es un potente motor siempre
puesto a arrancar.
Fin de la primera parte.
Una canción de Javier Martínez Romero....que huele a nuestra infancia.
Una canción de Javier Martínez Romero....que huele a nuestra infancia.
Mientras espero la segunda parte quiero agradecerte la foto con que lo has ilustrado, me declaro abiertamente juancarlista de corazón, nadie ha hecho tanto como él por la Republica.
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