De entrada, los especialistas suelen estar de acuerdo en que los procesos largos de desconexión del aprendizaje (como el verano) tienen un efecto más acusado al deteriorar las habilidades cognitivas entre las familias menos acomodadas.
La razón es que, mientras que las familias con un bagaje sociocultural elevado pueden dar a los estudiantes otros estímulos complementarios al que reciben en la escuela (campamentos, clases particulares, una mayor supervisión de los deberes, lecturas), no sucede lo mismo en los hogares más modestos.
Por tanto, la prolongación de la cuarentena podría generar que estas desigualdades aumentaran. Además, con un 10 por ciento más o menos de los hogares en edad de escolarización sin acceso a internet, las dificultades iban a ser evidentes y el riesgo de dejarse por el camino a estudiantes, notable. Incluso el ordenador.
Un 20 por ciento de españoles declaran no tenerlo, pero, según el
INE, este porcentaje aumenta hasta el 40 por ciento en los hogares con menos de
novecientos euros mensuales. Por tanto, el Gran Confinamiento disparó las
desigualdades educativas.
De un lado se estableció que la repetición de curso, cuyo abuso es algo frecuente en España, fuera algo excepcional en el curso 2019-2020. Un consenso relativamente amplio es que en los niveles de educación obligatoria la repetición de curso es algo poco equitativo e ineficaz.
De entrada, se sabe que la repetición no mejora los resultados académicos de los estudiantes, ni les ayuda a nivelarse con el resto. Es más, en algunos casos, hasta los empeora. Además, hacer que los alumnos repitan tiene un efecto causal sobre el abandono escolar. En unos niveles similares de aprendizaje, los alumnos que repiten tienen una mayor probabilidad de dejar la escuela que aquellos que no lo hacen.
Hay también
literatura que señala que obligar a los niños a repetir podría perjudicar el
desarrollo socioemocional del alumnado y hasta podría aumentar su agresividad
durante su adolescencia.
Los defensores de la máxima del “mérito” y del “esfuerzo” mediante la repetición de curso no cuestionan que dos alumnos de igual competencia educativa y de diferente nivel socioeconómico no reciben el mismo trato por parte del sistema.
Con igualdad de competencias educativas, mediante el examen PISA, se calcula
que la probabilidad de repetir de alguien de origen modesto es casi cuatro
veces superior a la de alguien de origen acomodado.
Además, debe recordarse que estas desigualdades no solo tenían importancia por lo que tocaba a su efecto directo, sino también por el efecto que la crisis económica subsiguiente podía tener sobre las expectativas de las propias familias y de los estudiantes.
Ya durante la Gran Recesión se señaló un impacto relevante, así que había muchas probabilidades de que pasara lo mismo. Por entonces, el entorno de crisis hizo que los estudiantes de secundaria pensaran que tendrían una peor progresión en sus trayectorias educativas.
Es decir, al socializarse
en un contexto económico malo, tendieron, con respecto a la época de bonanza, a
esperar de sí mismos una menor capacitación para progresar hasta niveles
educativos superiores.
Algo cuyas
implicaciones quedarían latentes y que corría el riesgo de ahondar en uno de
los grandes problemas que países como España habían heredado de la Gran
Recesión: sus inaceptables niveles de pobreza juvenil o infantil.
En 1953 don Mario Benedetti escribió este poema y lo tituló
“El nuevo”, contenido en el libro “Poemas de la oficina”.
Nos relata el
deterioro físico y moral de un oficinista desde su primer día de trabajo y el posible
transcurso de los años.
Los signos
de puntuación los ha colocado un servidor, para una mejor comprensión del
poema. Don Mario casi nunca los utilizaba.
Viene contento
el nuevo,
la sonrisa juntándole los labios,
el lápizfaber virgen y agresivo,
el duro traje azul
de los domingos.
Decente,
un muchachito.
Cada vez que se sienta
piensa en las rodilleras,
murmura: sí señor,
se olvida
de sí mismo.
Agacha la cabeza,
escribe sin borrones,
escribe, escribe
hasta
las siete menos cinco.
Sólo entonces,
Suspira,
y es un lindo suspiro
de modorra feliz,
de cansancio tranquilo.
Claro,
uno ya lo sabe,
se agacha demasiado,
dentro de veinte años
quizá
de veinticinco
no podrá enderezarse,
ni será
el mismo,
tendrá unos pantalones
mugrientos y cilíndricos
y un dolor en la espalda
siempre en su sitio.
No dirá:
sí señor,
dirá: viejo podrido,
rezará palabrotas
despacito,
y dos veces al año,
pensará
convencido
sin creer su nostalgia
ni culpar al destino
que todo
todo ha sido…
demasiado
sencillo.
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