sábado, 22 de octubre de 2022

¡Paren las máquinas! ....exigían los "luditas", por Óscar de Caso. Fue un movimiento nacido a principios del siglo XIX de la desesperación de los hombres contra las máquinas.

       “Se percibían las agonías de una suerte de terremoto moral, bajo las colinas de los condados del norte.” Lo escribía Charlotte Brönte en Shirley una novela en la que se retrata esa Inglaterra de principios del siglo XIX en la que miles de trabajadores despedidos de las fábricas se rebelan cuando empieza a llegar la máquina de vapor a los talleres.

 Al apuesto protagonista, un grupo de trabajadores rebeldes trata de destrozarle la fábrica. Por culpa de los nuevos telares mecánicos se han quedado sin empleo y quieren venganza. Y mientras el mundo se derrumba, dos mujeres se disputan el amor del joven empresario.

          En la novela, cuando la máquina de vapor da paso a una economía urbana e industrializada, dejando atrás la agricultura, los trabajadores sufren un empobrecimiento masivo derivado de los salarios a la baja y despidos al alza. 

    Y es en este caldo de cultivo social donde surgen los luditas, un movimiento nacido de la desesperación de los hombres contra las máquinas. Eran trabajadores furiosos sin nada que perder, organizados para atacar las fábricas automatizadas con palos, martillos y antorchas. Una guerra perdida de antemano.

           En marzo de 1812 el Parlamento Británico decretó la pena de muerte para aquellos que destrozaran máquinas textiles y desplegó catorce mil soldados en donde los luditas organizaban revueltas. Unos meses más tarde, veinticuatro de ellos fueron ahorcados públicamente y medio centenar deportados en barco a Australia.

   Las medidas ejemplarizantes surtieron el efecto que el Gobierno buscaba y los luditas se fueron convirtiendo en un recuerdo de los libros de historia y las novelas de Brönte.

          Conviene recordar quiénes fueron los luditas. Sobre todo, a los que crean que en el siglo XXI no hay ninguna posibilidad de revivir un movimiento antimáquinas como aquel de hace dos siglos. 

   El que lo vea lejano es que no se ha parado a preguntarle a un taxista qué piensa de Uber y Cabify. Si algunos sacan en las revueltas hasta palos contra los conductores de estos servicios, qué no harán contra los coches cuando se conduzcan solos.

           Que la robotización dé lugar a un rechazo generalizado del progreso dependerá de lo profundo que sea el desempleo derivado de ella y las políticas sociales para remediarlo.

 Un par de siglos más tarde y tres revoluciones industriales después no puede sorprendernos un resurgimiento ludita ante una pérdida masiva de empleos. Si los desplazados por la mecanización no perciben que haya una alternativa para ellos, volverán a alzarse en una revuelta tratando a la desesperada de retrasar lo inevitable.

          Hay suficientes indicios para saber que millones de personas en todo el mundo dedicadas al transporte por carretera perderán sus empleos en las próximas dos décadas. Sin embargo, eso no quiere decir que no haga falta que vayan humanos en los camiones que seguirán recorriendo cientos de kilómetros al día. 

Las compañías seguirán necesitando responsables de mantenimiento que sepan repararlos, guiarlos y reprogramarlos. Pero para que las mismas personas que los conducen puedan hacerse cargo de ellos cuando no hagan falta que vayan al volante haría falta empezar ya a reciclar sus capacidades, porque el cambio está a la vuelta de la esquina.

          Si no se favorece esa reconversión, solo la minoría altamente cualificada tendrá recursos para adaptarse al nuevo escenario. El resto pasará a formar parte de una nueva clase social de desplazados por la automatización. El antropólogo Yuval Harari los llama, sin rodeos, “los inútiles”.

POSDATA.- El escrito de hoy es una transcripción de parte del libro “El fin del mundo tal y como lo conocemos”. Escrito por mi admirada periodista Marta García Aller.

Recuerdo hoy con este poema que Mario Benedetti tituló “Allende”, al presidente de la República de Chile, Salvador Allende. Asesinado por orden del dictador Pinochet. 

    Este poema es casi una fotografía de los instantes últimos de la vida de Allende dentro del Palacio de la Moneda. Fusil en mano, junto con aquellos que le eran fieles, defendió hasta el último momento la democracia de un pueblo, a un gobierno legítimamente elegido.

NOTA.- Me he permitido la licencia de añadirle al poema, para su mejor comprensión, los signos ortográficos. Don Mario, casi nunca los precisaba.

Para matar al hombre de la paz,

para golpear su frente limpia de pesadillas,

tuvieron que convertirse en pesadilla.

Para vencer al hombre de la paz,

tuvieron que congregar todos los odios,

y además los aviones y los tanques.

Para batir al hombre de la paz,

tuvieron que bombardearlo, hacerlo llama,

porque el hombre de la paz era una fortaleza.

Para matar al hombre de la paz,

tuvieron que desatar la guerra turbia.

Para vencer al hombre de la paz

y acallar su voz modesta y taladrante,

tuvieron que empujar el terror hasta el abismo,

y matar más para seguir matando.

Para abatir al hombre de la paz,

tuvieron que asesinarlo muchas veces,

porque el hombre de la paz era una fortaleza.

Para matar al hombre de la paz,

tuvieron que imaginar que era una tropa,

una armada, una hueste, una brigada.

Tuvieron que creer que era otro ejército,

pero el hombre de la paz era tan sólo un pueblo

y tenía en sus manos un fusil y un mandato

y eran necesarios más tanques, más rencores,

más bombas, más aviones, más oprobios.

Porque el hombre de la paz era una fortaleza.

Para matar al hombre de la paz,

para golpear su frente limpia de pesadillas,

tuvieron que convertirse en pesadilla

para vencer al hombre de la paz.

Tuvieron que afiliarse para siempre a la muerte,

matar y matar más para seguir matando

y condenarse a la blindada soledad.

Para matar al hombre que era un pueblo,

tuvieron que quedarse sin el pueblo. 

2 comentarios:

  1. Como nota marginal, a Allende no lo asesinaron. Se suicidó. Seguramente lo habrían matado pero eso es tan improbable como si los republicanos no hubieran, viceversa, matado a los nacionales si hubieran ganado la guerra.
    Un comentario sobre el artículo. Nuestros políticos de todos los géneros están sobre el asunto. Tranquilos. Al personal excedente lo harán funcionario.
    Y los que salten la valla reclamarán que son mujeres y que, consecuentemente, no trabajan por tener techo si ponemos la vista en el asunto actual del que se ocupan. Y todos los varones se reclamarán hembras para acogerse al sí es sí.
    Se avecinan tiempos apasionantes. Pero nos dirán que todo está ya controlado.
    Sí, la revolución tecnológica puede poner a casi todo patas arriba y los políticos tendrán que espabilar. Lo primero no enseñándoles nada en su atribulada juventud.

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  2. Por cierto el asunto de los taxistas con los de Uber y similares no es de nuevas tecnologías sino de sistemas de organización de los negocios. Con todos los matices que se quieran, lo de una licencia de taxi es una concesión de monopolio. Si una licencia que se compra vale tanto dinero al trasmitirse a los descendientes es una prueba de que los monopolios encarecen los precios.
    Y recuérdese que lo mas monopolístico es una economía con un solo propietario: El estado.
    Es muy paradójico estar contra los monopolios y querer nacionalizar. Siendo muy lógico estar contra los monopolios.

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