El rock también cruzó la frontera y se instaló en España contra viento y marea. Se podían contar con los dedos de una mano los programas que emitían esa música en 1970.
A través de la FM, en programas como Los cuarenta principales se escuchaba la música de los Beatles, los Rolling Stones, y los héroes del pop Joe Cocker, Procol Harum.
Un programa mítico que se coló sin saber cómo, y permaneció como una pequeña isla en el Pacífico, fue el Vuelo 605 de Ángel Álvarez, que por ser comandante piloto y trabajar en Iberia disponía de discos que aquí no se habían editado y daba cumplida cuenta de la música americana.
Comenzó a emitir en 1963 y continuó casi de forma ininterrumpida, pasando por diferentes emisoras durante cuarenta y cuatro años, hasta que falleció. Un mito, un pionero y un melómano impenitente. Nunca le olvidaremos y le deberemos plena gratitud.
Otro apasionado de la “música progresiva” fue Vicente Romero más conocido como el Mariskal. Así mismo surgió 99.5, que era la frecuencia con que emitía Radio Popular en FM, que se llevó el gato al agua porque fue la primera emisora que, como tal, aglutinó en una programación continuada la música que demandábamos parte de la juventud.
Al frente de 99.5 Radio Popular estaba Gonzalo García Pelayo, quien muchos años más tarde, en pleno siglo XXI volvió a saltar a la fama porque junto con otros miembros de su familia inventó un sistema para reventar la banca de la ruleta de los casinos. Eso cuenta al menos.
Junto a él, en los micrófonos de Radio Popular, se encontraban Adrián Vogel, Carlos Tena, Luis Mario Quintana… y otros muchos que se encargaron de difundir aquella música que estaba cambiando el mundo.
Otra emisora que generó una leyenda fue Radio Caroline, que se decía emitía desde un barco pirata, sobreviviendo a todo tipo de persecuciones y prohibiciones hasta que, con el casco oxidado, después de treinta años, se hundiera.
Los pioneros entre los grupos de rock “progresivo” en España fueron Smash. Fusionaron ideas del flamenco e incluso algún cante como El Garrotín, con los sonidos eléctricos, y, benditos lectores, se formó el taco.
Tras la experiencia de Radio Popular aparecieron de nuevo en Onda 2 de Radio España, junto a nombres como Jesús Ordovás, Mario Armero, Gonzalo Garrido… algunos de ellos desembarcarían en Radio 3 de Radio Nacional de España. El rock se colaba en las casas. Las consecuencias serían imprevisibles y, desde luego, irreversibles.
En Madrid el Mariscal la liaba con El Rollo, que sería el equivalente a lo que más tarde se llamó la Movida, pero haciendo rock. Fundó en los setenta el sello Chapa, donde grabaron, entre otros Leño, Ñu, Cucharada, Burning, Barón Rojo, Kaka de Luxe, Asfalto…
El rock tenía un claro componente suburbial, la gente del Rollo provenía de la calle, de los barrios, no se crió en las mesas “camilla” tomando chocolate con bizcochos con las tías y las abuelas.
El rock urbano que se generó en Madrid tenía un claro componente de clase. La rebeldía que impregnaba la música, el borderío del sonido de los pedales de distorsión, tenía mucho que ver con la rabia de aquella generación que se criaba sin futuro en barrios marginales, hija de la clase trabajadora de aquella abominable España de Franco.
Como muy bien sintetizó Rosendo Mercado, un superviviente de aquel tiempo: “El rock es mala leche y compromiso”.
Al hilo del tema del rock, Joan Manuel Serrat compuso en el año 1992 dentro del disco “Utopía” la canción “Cuando duerme el rock and roll”.
Es muy acertado como personifica el rock en ese sheriff que despierta y se pone las botas para a continuación mandar a sus cotidianos guetos a todo ese cúmulo de ritmos musicales que han reinado durante un instante fugaz de gloria, desde el bolero al tango, desde el blues sentimental al pasodoble cañí, desde el vals al joropo.
A ciertas horas de la noche le pesa la estrella
A ciertas horas de la noche le pesa la estrella
de sheriff que le cuelga del corazón.
Se deja caer en la cama, se saca las botas
y se afloja dos puntos el cinturón,
y se duerme el rock and roll,
y se duerme el rock and roll.
Cuando la noche agoniza, al fin, se duerme el rock and roll.
Y camuflado en el desfile de sombras
que se mueven justo antes que salga el sol,
asoma un tango la cabeza, da un brinco
y toma por la cintura a un farol
cuando duerme el rock and roll,
cuando duerme el rock and roll.
Un farol se marca un tango cuando duerme el rock and roll.
Y ronda lunas y balcones el bolero.
Y un blues, sentimental, se desangra en la acera
viendo como la cumbia mueve las caderas
mientras, indiferente, el vals gira en el cielo,
un dos tres,
un dos tres,
un dos tres,
y con su viejo smoking
y sus zapatos de charol
taca taca taca tac...
salpica charcos el claqué
cuando duerme el rock and roll.
Y se echan a las calles el mambo, la rumba,
la guaracha, el joropo y el cha-cha-chá
y algún que otro vallenato berraco que busca
el camino de vuelta a Valledupar,
cuando duerme el rock and roll,
cuando duerme el rock and roll.
Se escabullen de sus guetos cuando duerme el rock and roll.
Y se sacuden la nostalgia y el olvido
y se ventilan mientras les llega la hora
en que los caprichosos dioses de la moda
les reclamen de nuevo entre los elegidos,
ye ye ye,
wo wo wo,
sha la la,
un pasodoble cañí
desde un tendido de sol,
olé olé olé olé,
pide una oportunidad
cuando duerme el rock and roll.
Y como los ajuares de la Cenicienta,
cuando el alba se impone a la oscuridad
todo se desvanece en un visto y no visto
al despertar el sheriff de la ciudad.
Pero cuando duerme el rock and roll,
cuando duerme el rock and roll,
otros le hablan al silencio cuando duerme el rock and roll.
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