En el
desarrollo de esta nueva sociedad en la que los conflictos globales y las
agresiones a los Derechos Humanos, son una realidad, el Poder Judicial no puede
eludir su responsabilidad, deben de ser conscientes del papel capital que
asumen como árbitros de los conflictos que se suscitan en la sociedad.
Para
conseguir unos resultados satisfactorios, se necesita que trabajen como
profesionales dinámicos, de firmes convicciones democráticas, informados,
contaminados de sociedad, mezclados con ella para comprender el alcance real de
los problemas y de esta forma asumirlos como propios para poder resolverlos.
Su
compromiso con la sociedad a la que sirven y a la que deben defender hasta los
límites marcados por la Ley, sea cual sea el poder de aquel al que se
enfrenten, dará la medida de su responsabilidad y eficacia. En una democracia, el Poder Judicial y quienes administran justicia no pueden ser simples
medidores de normas. Su acción deberá ser esencial en el equilibrio con los
demás poderes, pero sin sustituirlos o invadir su territorio.
A la
Justicia, más allá de las meras y frías estadísticas, hay que dotarla de alma, sentimientos,
entrega y vocación en defensa de las víctimas, para que conduzca a estas del
miedo a la esperanza. Así mismo, están obligados de hacer comprensible y
próxima su labor. La credibilidad no se gana con el ingreso en la Carrera
Judicial o Fiscal, sino con el firme compromiso democrático de administrar
justicia día a día, y con la realización de ese compromiso.
Cuando los Jueces o los sistemas judiciales son o están demasiado próximos al poder
político, malogran la objetividad y el equilibrio que deben mantener a la hora
de administrar justicia y puedan perder la perspectiva básica de que la
Administración de Justicia es un servicio público del que los ciudadanos
disponen para la defensa de sus derechos básicos.
Repito que la
credibilidad no se gana con el ingreso en la Carrera Judicial o Fiscal, sino con
el firme compromiso democrático de administrar justicia día a día, y con la
realización de ese compromiso. Se requiere, además un Poder Judicial
verdaderamente independiente y responsable, con una visión progresista y
ultraprotectora de las víctimas, frente a los abusos de los poderosos y de
quienes transgreden las normas que nos protegen. No solo hay
que aplicar Justicia, los ciudadanos deben percibir que se hace.
Transcurre el
2006 y Joan Manuel Serrat edita el disco “Mô” (Mahón), dedicado a la isla de
Menorca, donde pasa largas temporadas. Dentro de este disco se halla la canción
de hoy “Perdut en la ciutat” (Perdido en la ciudad). En ella evoca la historia
de una separación amorosa, la huida del campo a la ciudad en busca del mar, la
sensación de vacío, de desencuentro que el mundo llega a tener para las
personas que en él habitan.
Dejaste la masía sin despedirte de nadie
y desde entonces nunca más hemos sabido de ti,
Me dijo la mujer
del de la almazara,
que por Barcelona
vas tirando.
Y bajé a buscarte
cansado de esperarte
y de escribir cartas
al viento.
Infructuosamente busco tus ojos azules por todas partes.
De revolver la ciudad, termino con dolor de pies.
No sé, te lo puedes creer,
si caminar o sentarme,
Por más que quiero verte
no te veo.
A los de montaña
la ciudad extraña,
nos causa migraña
y mareo.
Eh...
Soy yo.
¿No me oyes...?
Perdido en la ciudad,
solo quiero saber si estás bien.
Si te gusta el mar.
Eh...
Soy yo.
¿No me oyes...?
¿Qué hago con el gato
que con las prisas te dejaste,
como a mí, olvidado?
Echo a volar palomas mensajeras pero pierden el rumbo.
Enciendo una hoguera en la azotea y hago señales de humo,
pero una vez el viento
mezcla el lenguaje
y esparce el mensaje
por el cielo,
cruel la fortuna
sopla y se ríe, de una
rescatada luna
de miel.
Lleno una botella con versos de amor y duelo por ti
y la lanzo al mar rogando ayuda a Neptuno,
pero una ola fiera
la estrella con empeño
contra la escollera
del muelle
y veo como naufraga,
otra vez,
la esperanza equivocada
del loco.
Eh...
Soy yo.
¿No me oyes...?
Perdido en la ciudad,
solo quiero saber si estás bien.
Si te gusta el mar.
Eh...
Soy yo.
¿No me oyes...?
¿Qué hago con el gato
que con las prisas te dejaste,
como a mí, olvidado?
Mañana por la mañana, vencidos, volveremos el gato y yo
donde las gallinas no ponen y los geranios no dan flor.
Donde sin alegría
me encuentran los días
mirando la vía
del tren.
Me duele, en el bolsillo,
la foto, tan bonita,
de ti, yo, la vaca
y el niño.
Eh...
Soy yo.
¿No me oyes...?
¿No me oyes...?
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