miércoles, 15 de abril de 2020

"Mas allá de la Crisis...una conclusión de la mano de Espartaco", segunda parte, por Óscar de Caso. "El capitalismo genera muebles asequibles a cambio de la destrucción de bosques tropicales"

          Este escrito es una conclusión, moraleja, miscelánea o cómo quiera llamarse sobre la crisis que está azotando a las personas pobres (sí, pobres, dejémonos de eufemismos de bisutería tal que: desfavorecidos, tercer mundo, marginados, necesitados y media docena de etcéteras más).
      El que suscribe el artículo no es un servidor (ya quisiera yo).

      El autor no se lo comunicaré a ustedes, benditos lectores, hasta el final de la entrega del mismo para evitar condicionamientos políticos, morales o sectarios; su publicación se hará en varias partes debido a la extensión del mismo; lógica, por otra parte, ya que esta angustia ha perdurado y lo sigue haciendo por demasiados años.

          Sería deseable e incluso conveniente que, ya que por desdicha tenemos demasiado tiempo libre, lográsemos con la lectura del mismo una introspección o catarsis de nuestro comportamiento como humanos que somos de nuestras obras, nuestras palabras y nuestras omisiones.
          No deseo añadir más; merece la pena entenderlo.

          Tras casi cuatro décadas de neoliberalismo, esa inteligencia colectiva de las víctimas ha sufrido nuevos y duros golpes. La conciencia de los dominados se muestra más oculta que nunca en cualquier otro momento de la historia. 

      Como ya adelantara el cineasta Pierre Paolo Pasolini, el comunismo y el individualismo han sentado las bases para una reforma perversa del fascismo, un fascismo social que se ha metido en los tuétanos de la ciudadanía y con frecuencia le impide salir de ese círculo vicioso alimentado por el dinero y cuyo único objetivo es una insaciable acumulación de fetiches.
 No está escrito que las crisis económicas sean detonantes de transformaciones profundas que superen el “molino satánico” del capitalismo que amenaza la supervivencia en el planeta. Sólo cuando la crisis afecte al resto de los elementos en lo social (lo político, lo normativo, lo cultural) podrán encontrarse alternativas, a día de hoy ocultas. 

El malestar por quedar fuera de la orgía del consumo no basta para superar los cuellos de botella de la modernidad, del Estado nación y del capitalismo. Los jóvenes de la banlieu parisina, de esos suburbios tan lejos de los dioses y tan cerca de las televisiones, quemaban autos precisamente porque les habían dicho que no tenerlos los convertía en perdedores.

          Los medios de comunicación terminan por cerrar buena parte de los caminos a la emancipación al primar los valores del individualismo, del éxito fácil, del consumo constante. La corrupción, tan generalizada en las sociedades capitalistas, no es sino un atajo a un fin previamente corrompido: tener más a costa del esfuerzo ajeno. 

Las cadenas que permiten el consumo quedan ocultas a los compradores mientras la tentación de la inocencia  arropa ese anhelo de ser reyes que han sembrado la época: ropa barata que cosen niños en galpones sin aire; instrumentos baratos que se confeccionan en situaciones de estricta precariedad; materias primas baratas porque las familias completan sus ingresos con la prostitución infantil; muebles asequibles a cambio de la destrucción de bosques tropicales; electrodomésticos populares ensamblados con trabajo semiesclavo; jornadas de trabajo alargadas porque el endeudamiento también se estira; estimulantes para estar a la altura de los requisitos; tranquilizantes para poder salir de esa vorágine.
          En ese gran mercado, desaparecen los ciudadanos y la sociedad no va más allá de un conjunto de clientes cuya relación entre ellos se guía por lo que manda la publicidad y la oferta y la demanda. El capitalismo prospera venciendo a otros, se hace fuerte en la guerra; la conquista es el principal de sus valores. 

     Como en una paradoja siniestra, la Bolsa sube cuando se anuncian despidos o crecen los valores cuando se ratifica que no se cumplirán los reclamos medioambientales. Como en una anunciación mariana, los mercados de valores, (a menudo levantados en humo, referenciados en humo) obligan a alzar la vista esperando su mensaje apocalíptico o de epifanía. 

La complejidad se presenta como confusión y las salidas individuales siguen configurando el grueso de las apuestas al faltar alternativas bien construidas, factibles, creíbles y presentadas atractivamente.

          Si lo sagrado es aquello que transciende la finitud de cada ser humano, el capitalismo, que levanta su imperio sobre los derrotados, va en la dirección contraria de la emancipación humana. Es cierto que, visto en su estación final actual, ignorando su historia y observando a la minoría que lo disfruta, muestra una gran prosperidad. 
    El referente al capitalismo no son las masas depauperadas, sino los invitados al banquete. Pero sólo porque oculta muy bien la miseria sobre la que se levanta. El sociólogo Pierre Bordieu decía lleno de convencimiento: trasladen una semana a una favela a un economista del Fondo Monetario Internacional y regresará blasfemando sobre el neoliberalismo. Si realmente pudiera hacerse ese ejercicio, postularíamos, de manera generalizada, sociedades más justas. 

      Entonces ¿por qué, pese a saber lo que es justo y lo que no es, consentimos en vivir en sociedades desiguales? El capitalismo promete un cuento oriental de magnificencia y lujo. La razón moderna no ayuda a pensar correctamente con su trampa lineal y su condición podadora. Los Estados nacionales castigan el pensamiento discordante en su obsesión por la obediencia y el consenso.

 La solución pasa por encontrar sustitutos a estas tres grandes avenidas: modernidad, Estado y capitalismo, que han triturado hasta dejarlo estéril el campo en que vivimos. La verdad, la bondad y la belleza como alternativas, resultado de un diálogo profundo y permanente.
          Fin de la segunda parte


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