Este escrito
es una conclusión, moraleja, miscelánea o cómo quiera llamarse sobre la crisis
que está azotando a las personas pobres (sí, pobres, dejémonos de eufemismos de
bisutería tal que: desfavorecidos, tercer mundo, marginados, necesitados y
media docena de etcéteras más).
El que suscribe
el artículo no es un servidor (ya quisiera yo).
Sería
deseable e incluso conveniente que, ya que por desdicha tenemos demasiado
tiempo libre, lográsemos con la lectura del mismo una introspección o catarsis
de nuestro comportamiento como humanos que somos de nuestras obras, nuestras
palabras y nuestras omisiones.
No deseo
añadir más; merece la pena entenderlo.
Tras el
fracaso de las economías del socialismo realmente existente; tras el fracaso
más oculto pero más tenaz del capitalismo; tras el fracaso de las formas del
capitalismo de Estado; tras el fracaso de las economías postsocialistas, la
única vía es inventar zapatos, caminos, mapas, carretas y recuperar razones
para ponerse de nuevo en marcha.
En el viaje de regreso a Ítaca, sólo Ulises
sobrevivió porque nunca aceptó en escoger entre la alternativa de Escila o la
de Caribdis. En ambos casos hubiera acabado con el barco destruido y toda la
tripulación en las profundidades del mar.
Cuando con
las condiciones dadas era imposible que los esclavos salieran de la opresión,
tuvieron que inventar nuevas dimensiones. En Roma, todo esclavo que se
levantaba era crucificado. Pero los levantamientos eran demasiados y, como
medida económica, empezaron a mandar a los rebeldes a galeras de por vida.
Pero
los romanos, carentes de vida se aficionaron a las peleas de los gladiadores.
Así, la lógica economía venció a la política y algunos fueron liberados para
incorporarse a un espectáculo que precisaba mucha mano de obra. Fue así que
Craxio, un galo que se había levantado contra el imperio, pudo decirle al oído
a Espartaco: “Un día yo fui libre”. Y Espartaco, nieto e hijo de esclavos, que
no había conocido otra amistad que el látigo, pregunto: “¿Libre?”.
Y Craxio le
habló de ser ellos los que manejaran el látigo y la lanza, de ser ellos los
vencedores sobre las legiones romanas, de ser ellos los que organizaran su
propia vida en forma comunitaria, de ser ellos los que finalmente rompieran
todos los látigos y todas las lanzas.
Espartaco salió del letargo y la picadura del látigo le supo diferente. Entonces, elaboró su dolor y lo convirtió en conciencia, y la conciencia en voluntad, y la voluntad en poder, y el poder en emancipación. Enfrente de un imperio. Fue derrotado y, sin embargo, triunfó.
Espartaco salió del letargo y la picadura del látigo le supo diferente. Entonces, elaboró su dolor y lo convirtió en conciencia, y la conciencia en voluntad, y la voluntad en poder, y el poder en emancipación. Enfrente de un imperio. Fue derrotado y, sin embargo, triunfó.
El reto hoy
no es pequeño, pero la necesidad tampoco es menor. Reinventar el sentido para
reconstruir lo político y reconstruir lo político para reinventar el sentido.
Para ello, reelaborar el dolor en busca de una trascendencia fieramente humana.
Poner en movimiento una actuación emancipadora, superadora del capitalismo;
verde, desbordante y femenina, poscolonial y alegre, plural, en constante
transición, que se impulse hacia un nuevo estadio con los pies haciendo fuerza
en el mundo real impulsado por la utopía.
Como instrumento, un socialismo
diferente que se armará y desarmará, como un puzle cambiante, de manera
permanente. Que recuerde sus éxitos en el siglo XX (sacar a pueblos del
feudalismo y llevarlos a la modernidad, parar los pies al nazismo, cuestionar
la hegemonía capitalista) y que no repita sus errores (creer que basta ocupar
el aparato del Estado para organizar la sociedad; que basta nacionalizar –no
socializar- todos los medios de producción para satisfacer las necesidades
sociales; que basta un partido único para representar todas las sensibilidades
populares, que se puede exportar una solución que sirva en un país o cualquier
otro; confundir alegría con productivismo y planes quinquenales; pensar que
muros y que gulags pueden frenar a los pueblos o encerrar la emancipación).
Un socialismo
entendido como “democracia permanente”. Sólo así crecerá más allá de los
errores y los fracasos del siglo XX, sólo así podrá hacer cierta la promesa de
emancipación que sembró, haciendo de la bondad, de la verdad y de la belleza el
programa humano que nos explique quiénes somos y quiénes queremos ser.
Sin
necesidad de mercaderes del más allá, de buhoneros del bienestar, de guardianes
de la felicidad o de comerciantes codiciosos. Una reconstrucción de la política
que ayude a despertar de cualquier sueño dogmático, que ayude a escoger la
libertad y no el descanso, que se refuerce en sus convicciones de amor a los
demás para recuperar el consejo de futuro de Bertol Brecht: “Solo los pueblos
con convicciones tienen esperanza”.
Fin de la
tercera y última parte.
POSDATA. – Estos tres escritos son por obra y gracia del
señor Juan Carlos Monedero. Le pese a quien le pese.
Cuando Serrar era joven cantaba este precioso tema: "Disculpe del Señor"
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