Quizás sea el capítulo más difícil que me ha tocado escribir, porque después de 2.376 horas, es decir, 142.560 minutos de mi vida, o lo que es lo mismo 235 páginas con 138.579 palabras de vida del “Diario de un Estado de Alarma” toca decirle adiós y cerrar una etapa de vivencias con un mecanismo, que conocía por mis años universitarios, pero que jamás pensé que viviría en mis propias carnes.
El mes de marzo, desde hace tres años, es un mes especial para mí. En el tercer mes del año 2017 llegó a mi vida uno de los principales protagonistas de este relato, el pequeño Julen, a quien debo agradecer públicamente, una vez más, lo fácil que me lo ha puesto durante todo este tiempo.
En su conciencia sobre la situación que estamos viviendo, Julen sabe que nuestras vidas han cambiado en el día de hoy, y que cada vez está más cerca el poder ir a la playa a jugar con la arena, pero sigue teniendo claro, mucho mejor que otros adultos por lo que he podido ver en las redes sociales, que los besos y abrazos son “trampa”, como él dice, y por lo tanto debemos seguir saludando desde la distancia o con los codos.
Imagino que por su corta edad llegará un momento en el que su mente olvidará todo lo que vivimos: el encierro en casa convertidos en vacunas contra el virus, los paseos de una hora con la mascarilla puesta y sin relacionarnos con la gente, los días en que tuvo que alejarse de sus amigos del cole y de la gente que quería para ponerlos y ponernos a salvo de ese bicho que se había escapado de una “cueva” y andaba viviendo en su parque. A los adultos, quizás nos cueste más olvidar la primavera de 2020, esa que, estoy convencida, que acabará formando parte de los capítulos de la Historia de España y la Historia Universal que versen sobre el Siglo XXI.
Es posible que cuando sea mayor acabe estudiando en sus libros la pandemia de la COVID-19, como mi generación estudió la II República, la Dictadura o la Revolución Francesa. Seguramente para entonces, el tiempo habrá borrado de su mente su propia vivencia en el Estado de Alarma, pero a los libros estudiantiles podrá añadir el “Diario de un Estado de Alarma” de mamá Claudia, como él me llama, y que le contará y hará recordar a quienes todavía tengamos la vivencia en la mente, aunque algo difusa ya por el paso de los años, lo responsables que fuimos con la situación extraordinaria que vivimos por culpa de la COVID-19 y lo responsable que fue él, un niño de apenas tres años, que en muchas ocasiones estaba más comprometido con la situación que otros adultos, con quienes la crisis sanitaria parecía que no iba con ellos, incumpliendo el Estado de Alarma y realizando actos irresponsables para una realidad como la que vivimos.
La vida de este relato comenzó el día 15 de marzo. Por un lado buscaba ser un entretenimiento para conseguir ocupar parte de ese tiempo que teníamos que pasar encerrados en casa, y por otro, tenía el deseo de que sirviera de motivación en esa lucha tan dura y difícil que teníamos por delante, así como de una especie de pepito grillo para ayudar, cada uno desde la posición que nos habían asignado, en la batalla contra la COVID-19. Hoy, 21 de junio, pondremos su punto y final, a una idea literaria que jamás pensé que duraría noventa y nueve días de vida y que termina con el deseo de que se hayan cumplido, al menos, alguno de los objetivos que le dieron la vida.
Quiero aprovechar estas últimas letras para agradecer a todas esas personas que han estado estos tres meses y seis días ocupando un espacio de su tiempo tan valioso para mantener vivo el pulso cardiaco de este diario. Gracias por los ánimos, por hacerme sentir que éramos muchos los que estábamos luchando en la batalla en el lado de la responsabilidad, aunque como seres humanos en algún momento, inconscientemente, hayamos podido errar con nuestras acciones. Este Diario no hubiera sido lo mismo si al otro lado de la pantalla no hubierais estado vosotros y vosotras como sus receptores.
Soy humana y como tal, seguramente, a lo largo de estos noventa y nueve días he errado en alguna información, si ha sido así, pido disculpas por ello, pero como dice el poeta Alexander Pope, “errar es de humanos, perdonar es divino, rectificar es de sabios”.
Tenía claro que al escribir públicamente sobre mis pensamientos podía encontrarme por el camino gente que pensara como yo y, también, detractores de mis reflexiones, pero quien me conoce sabe que soy una de esas personas fieles a mis principios y como le dije a una de esas “mentes sensibles” que intento callar mi derecho a la libertad de expresión, reconocido en nuestro país por la Constitución Española, mi “Diario de un Estado de Alarma” es un diario personal sobre mi propia experiencia, porque las periodistas y los periodistas como yo, cuando no estamos trabajando, también tenemos nuestra vida personal en la que podemos opinar y hablar libremente, y esas opiniones íntimas ni nos hacen peores periodistas, ni menos imparciales en nuestra trabajo profesional.
Hoy comienza esa nueva normalidad, en la que personalmente nada ha cambiado al día de ayer. Por el momento, en nuestro hogar, hemos decidido hacer nuestra propia desescalada y dejar para un poquito más adelante todas esas libertades que la llamada “nueva normalidad” nos ha devuelto.
De la mano de esta nueva etapa, en la que no podemos obviar que el bicho sigue en ella contagiando a quien se cruza por su camino, ha llegado la que es para mí la mejor estación del año, el verano, tres meses en los que iremos avanzando pasito a pasito, con pies de plomo y mucha dosis de responsabilidad, y con el deseo de que más pronto que tarde podamos hacer el pequeño Julen y su mamá la croqueta en la arena de la playa.
En los escasos segundos de latido que le queda a mi relato me despido con esa sensación tan extraña que dejan las despedidas: la alegría de pensar que su final ha llegado porque todo ha mejorado y la nostalgia de todo lo vivido que nos han ha hecho mejores personas de lo que éramos antes de vivir una crisis sanitaria como la de la COVID-19, aunque a algunos parece que la experiencia no ha cambiado nada en su alma y en su ser.
Comienza un tiempo un nuevo. Una nueva etapa en la que no podemos permitir que las ganas de vida no nos hagan flaquear en la batalla contra el virus, que no nos nublen la mente porque debemos ser plenamente conscientes de que el final de la crisis sanitaría no ha terminado y que el mismo únicamente llegará cuando los científicos y científicas encuentren la vacuna contra la COVID-19 o un medicamento que merme su capacidad de matar.
Mientras eso dos acontecimientos no aparezca en las portadas de los periódicos, en las cabeceras de los informativos de televisión o en los flash radiofónicos deberemos seguir estando alerta, siendo muy responsables y llevando mucho cuidado para que nuestros actos y acciones no nos hagan retroceder a ese túnel oscuro, al que por suerte hemos conseguido verle la luz.
Y con la sonrisa de esa llamada nueva normalidad reflejada en su alma retórica, el latido cardiaco borrado de su pulso literario y el sonido de un “gracias” de sus últimas palabras se despide el que fue mi “Diario de un Estado de Alarma”, cuando son las dieciocho y cincuenta y cuatro horas de aquel veintiuno de junio de dos mil veinte.
Claudia, como tu has dicho todo no se comparte, cada uno tenemos nuestras ideas, partido etc..
ResponderEliminarPero gracias por tu escritura, gracias.
He sido uno de tus incondicionales dia a dia enganchado a tu diario. No he podido evitar una pequela lagrimita leyendo este ultimo diario, porque por una parte es en cierta forma una despedida y por otra significa que hemos librado ya una parte muy dura de la batalla (aun nos queda mucho) y mientras te leia he ido echando la vista a estas recientes semanas y me he dado cuenta de esa lucha vivida y todo lo que hemos ido pasando y no he podido evitar sentir una extraña emoción. Muchas gracias por estos diarios y dedicarnos en este caso tu misma ese pequeño trocito de tu tiempo. Asi que muchos besos y abrazos virtuales que en este momento son los únicos permitidos aunque estemos frente a los demás.
ResponderEliminarMuchas gracias Claudia, ha sido un placer leerte día tras día.
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