viernes, 3 de julio de 2020

"Todavía no nos ha llegado la democracia", por Óscar de Caso. "Es que no hay una buena persona que nos diga la verdad despacio y con dulzura".

          Me explico y, me mantengo. En España no hemos llegado a alcanzar la democracia plena pese a lo que digan los piropeadores de la Transición; ni a lo que se haya escrito en la Constitución; tampoco con la autocensurada libertad de prensa; ni mucho menos con la Justicia entregada a los políticos (Montesquieu ha muerto); del Estado laico, es vergonzoso escribir sobre ello.

          Les voy a decir a todos aquellos ilusos que en el año 1977 no se percataron de que nos la habían “metido doblada”, que posiblemente la definición de democracia que padecemos hoy sea, ni más ni menos: la posibilidad de criticar al sistema, de enfrentarse a él sin que puedan meternos en la cárcel. No se me rasguen las vestiduras benditos lectores, en España y en 1977 nos cautivaron con que todo era ya “democrático”; precios, jueces, policías, Fragas y veinte etcéteras más; hasta el Partido Comunista Español cayó en el engaño.

          Al comprobar que nos habían vendido la moto, con aplausos incluidos, de la supuesta Transición modélica, volvieron a la carga con el encanto y el perfume europeo. Compramos el tema europeo a ojos ciegas, como si fuese el Bálsamo de Fierabrás de todas las soluciones. Lo que ahora, vistos los desagradables resultados, genera antieuropeísmo (la semana pasada escribí sobre ello).

           Si tenemos opción de leer la historia de nuestro país observaremos que casi siempre que hemos avanzado un paso ha venido un empujón hacia atrás. Escribamos sobre esto: en la guerra de los Comuneros contra Carlos V se esfumó la posibilidad de ciudades autónomas y libres; cuando en casi toda Europa se expandió la Reforma, los españoles nos colocamos como líderes de la Contrarreforma; más tarde, surge Fernando VII y el Carlismo; en el mismo momento en que triunfa la Revolución Francesa, la Monarquía se aísla de manera cerril; se derrotó al fascismo y tuvimos cuarenta años de franquismo

Entre que Fernando VII llama a los Cien Mil Hijos de San Luis para aguantarse en el trono; Franco pide ayuda a Hitler y Mussolini; Felipe González junto con Willy Brandy y Mitterrand liquidaron la industria que teníamos. En fin, una total desdicha.

          En las cuatro décadas después de la muerte de Franco nunca nos preguntaron si queríamos República o Monarquía; la Constitución nos la entregaron ya digerida, sin ningún debate; el referéndum de la OTAN supuso uno de los mayores casos de manipulación y engaño que hemos sufrido; lo de Europa nos lo metieron con embudo. Es que no hay una buena persona que nos diga la verdad despacio y con dulzura.

          En el año 2002 Serrat saca el disco “Versos en la boca” y graba la canción “La bella y el metro” donde describe el submundo de la ciudad bajo el asfalto de los viajes del metro.

Entre el infierno y el cielo,
galopando entre tinieblas
de la periferia al centro
del centro a la periferia,
el metro.

Con ojos de sueño viene
cruzando la madrugada;
regresará a medianoche
con el alma fatigada,
el metro.

Cargando arriba y abajo
íntimos desconocidos,
amaneceres y ocasos
con dirección al olvido.

Por sus arterias discurre
presurosa humanidad,
el alimento que engorda
la ciudad.

De reojo se miran,
de lejos se tocan,
se huelen, se evitan,
se ignoran, se rozan;
y en el traqueteo
del vagón hipnótico
cada quien se inventa
la suerte del prójimo.

El escritor ve lectores,
el diputado, carnaza;
el mosén ve pecadores,
y yo veo a esa muchacha
del metro.

Los carteristas ven primos,
los banqueros ven morosos,
el casero ve inquilinos
y la pasma, sospechosos
en el metro.

El general ve soldados;
juanetes, el pedicuro;
la comadrona, pasado;
el enterrador, futuro.

La bella ve que la miran,
y el feo ve que no está
solo en este mundo que
viene y va.

La bella se deja
mirar mientras mira
la nada que pasa
por la ventanilla.
Distante horizonte
de cristal de roca,
ajena y silente
flor de mi derrota.

El revisor ve billetes;
el sacamuelas ve dientes,
el carnicero, filetes;
y la ramera, clientes
en el metro.

Los avaros ven mendigos,
los mendigos ven avaros;
los caballeros, señoras;
las señoras, tipos raros
en el metro.

El autor ve personajes,
el zapatero ve pies;
el sombrerero, cabezas;
el peluquero, tupés.

Los médicos ven enfermos,
los camareros, cafés;
yo sólo la veo a ella:
la bella,
la bella,
la bella que no me ve.

 

              

 


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