A pesar de
que en los años veinte se estableció el sufragio universal (sólo para los
hombres); la socialdemocracia observó que los votos de la clase obrera no eran los
suficientes para alcanzar la victoria, lo que les obligó a echar mano de las
clases medias y tratar de convencerlas de las alegrías del socialismo. Mientras
tanto, tuvieron que aplazar su ideario y sumergirse en el modelo capitalista, y
conseguir sobrepasarlo.
Este
aplazamiento de programa les pilló con un gran desconcierto al no saber
gestionar desde dentro del capitalismo. Tan sólo anunciaban medidas socialistas
ortodoxas como: nacionalizar los medios de producción, mejora de condiciones
laborales y salariales, huelgas, seguro de enfermedad, etc.
El primer gobierno socialista alemán e inglés en los años veinte quiso hacer ver que eran unos tipos responsables, moderados, e incluso austeros. Tuvieron la desgracia de que les sobrevino La Gran Depresión (1929), que obligó a ayudar al empleo con una política de expansión del Presidente Roosevelt y del economista Keynes que convirtió sus ideas en el catecismo de la socialdemocracia, obteniendo un próspero período de treinta años donde creció la actividad de una política social de demandas y unos servicios sociales que años más tarde denominaron Estado de Bienestar o los treinta gloriosos donde aunaban la moderación salarial con políticas de inversión por parte de los empresarios, aumentando las exportaciones de manera sensible.
Fue de un sentido común admirable, tanto que,
hasta cuando ejercían el poder los partidos conservadores se acercaban, muy
próximos, al ideario Keynesiano.
Se ha de observar, que en estos treinta gloriosos años nunca hubo mayoría socialdemócrata en el poder en Europa. Así mismo, debemos tener en cuenta que, en este período, los gastos sociales no fueron relevantes. ¿Qué motivo nos obliga a celebrar estos años como triunfo de la socialdemocracia?
Acto seguido se lo
escribo: la clase trabajadora poseyó un fuerte poder de negociación, logrando
algo que, hoy por hoy, está pasando a ser una utopía: Alcanzar un equilibrio en la relación entre capital y trabajo, consiguiendo
importantes logros de organización y negociación colectiva donde participaban
los sindicatos junto a las asociaciones empresariales e incluso el gobierno.
¿Por qué se
jodió este práctico y eficiente invento de relaciones laborales? Por lo de
siempre, benditos lectores. Los sindicatos abusaron de su gran poder acumulado
y aumentaron mucho la presión, apareciendo tensiones inflacionistas que
hicieron pedazos la estructura productiva y económica que se había alcanzado
entre capital y trabajo.
Como de esos polvos aparecieron estos lodos, en 2018 los partidos socialdemócratas habían perdido 4 de cada 10 votantes con respecto a 1950. Es a mediados de los ochenta, con la incorporación de Grecia, Portugal y España, cuando se recupera, consiguiendo un notable resplandor de los partidos socialistas, con un apoyo medio del 36% en Europa.
A partir de entonces, comienza un paulatino declive,
“agonizando” con la Gran Recesión del 2008; momento en el que la afiliación a
los sindicatos por parte de los trabajadores se haya en mínimos; salvándose de
esta debacle los países nórdicos junto con Bélgica. Al reducirse la unión entre
los trabajadores la capacidad de acción del grupo se diluye, y es junto a los
avances tecnológicos y de organización del trabajo los que logran casi su
difuminación.
La
globalización ha favorecido la baja presión fiscal a las grandes empresas que
amenazan a sus empleados con deslocalizar las factorías y hacen competir a los
estados a la baja en sus concesiones fiscales. Cuanto mejor se mueva el capital
la capacidad de los trabajadores para defender sus intereses económicos es
menor, con ello se logra que aumenten en mayor medida las rentas del capital
más que las rentas del trabajo.
Como es
palpable, la clase media está desapareciendo debido a que los trabajos que
éstos desarrollaban se están perdiendo; en consecuencia, al ser estas personas
la base social de la socialdemocracia, ésta va desapareciendo con ellos. A este
grupo de trabajadores se les ha llamado “los perdedores de la globalización”
provocando esta pérdida el ascenso de aquellos que reciben el nombre de populistas.
Si en un momento de delirio festivo se llegó a imaginar que la Unión Europea podría favorecer la socialdemocracia, la realidad nos ha proporcionado un tremendo y cruel “zasca”, ya que esa supuesta fantástica unión tan sólo ha sido monetaria y económica. El pequeño resultado favorable logrado ha sido por la competencia económica de los principios neoliberales.
El grave problema con que carga la izquierda contemporánea es que
su sentido común se ha vuelto neoliberal, para ello el primer objetivo a
cumplir por los socialdemócratas es deshacer ese terrible sentido común.
Resumiendo, hay que ser un optimista enfermizo para imaginar que alternativa puede ofrecer la socialdemocracia actual a la terrible desigualdad entre ricos y pobres a la que nos obliga el neoliberalismo.
En el año
1989 Joan Manuel Serrat firma la canción que le debía a su ciudad natal. Le
puso por título “Barcelona i jo” (Barcelona y yo) dentro del disco “Material
Sensible".
se hace grande la
ciudad.
A medida que los pies
le crecen
se le achica la
cabeza.
A medida que crece
olvida,
hinchada de vanidad,
que bajo el asfalto
está la tierra
de los antepasados.
A medida que pierde la
medida
va llenándose de
prisioneros,
de robinsones de andar
por casa,
náufragos en medio del
barullo
que viven vidas
pequeñas
en pequeños mundos de
hormigón.
Así están las cosas
entre
Barcelona y yo.
Mil perfumes y mil
colores.
Mil caras tiene
Barcelona.
La que Cerdà soñó,
la que malogró
Porcioles,
la que devoran las
ratas,
la que vuelan las
palomas,
la que se remoja en la
playa,
la que trepa por las
colinas,
la que por San Juan se
quema,
la que cuenta para
bailar,
la que me vuelve la
espalda
y la que me da la
mano.
A medida que la camino
bajo los pliegues de
su vestido
y le repaso las
arrugas
con la puntita del
dedo
me silban las esquinas
aquella vieja canción
que sólo sabemos la
luna,
Barcelona y yo.
La quiero desnuda y
entera
resbalando entre los
dos ríos
con sus fantasías
y sus cicatrices.
La quiero con el
entusiasmo
de un caloyo enamorado
porque está viva y
porque se queja
mi ciudad.
Si queremos que toda la producción se vaya a la mierda, nacionalicesmolas. Solo hay que re pasar la historia.
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