A raíz de estas
premisas, cualquier discurso político incluye con toda naturalidad abultadas
dosis de populismo considerándolo como algo innato a la civilización de EE UU,
y una forma muy paternalista del poder dirigido a ese pequeño propietario, al
asalariado americano blanco, al emprendedor y al pionero.
Escribamos sobre la génesis del populismo allá en América: la historia describe el recelo que tenían los padres fundadores de la patria hacia el populacho, considerando a estos últimos como unos marrulleros sin medida.
Con Andrew Jackson, militar con pocos estudios y héroe de guerra del Sur, como primer Presidente después de la era fundacional comienza la primera fase del populismo 1829-1837. Se le consideró: “amigo del pueblo” y “rey de las multitudes”.
El pueblo con sus
votos lo elevó a la presidencia de la nación con el pesar de las élites de
Washington; en su mandato creó una red clientelar sustituyendo a los
funcionarios y otorgando los cargos públicos a sus fieles amigos del partido,
apoyándose en difamadores y periodistas muy adictos a su persona.
Después de
unas décadas nació la segunda fase del populismo 1892-1912: el Partido
Populista. Peter Cooper fue su fundador. En sus campañas electorales tomaron
partido por los pequeños agricultores y ganaderos que se habían arruinado con
la masiva industrialización descontrolada, logrando inmensas fortunas que provocaron
infinidad de huelgas, más de 2,5 millones de desempleados, obligando a cerrar en
el sur y en el oeste más de 200 bancos. Excelente momento para ejercer el
populismo.
Es con Theodore Roosevelt (no confundir con Franklin Delano Roosevelt), marino militar en la guerra de Cuba, el que cierra el segundo período del populismo en EE UU. Defendió con encono a los trabajadores, combatió la corrupción y mantuvo a raya a las grandes corporaciones.
Este segundo período fue muy convulso, supuso el
empobrecimiento de los asalariados frente a las fortunas financieras e
industriales que ocasionaron grandes huelgas por las demandas de los
trabajadores y la corrupción rampante.
Tanto el primer período de populismo como el segundo logran una ampliación del sufragio, tratan de defender a la gente sencilla y pobre que sufre por la especulación de los burócratas.
Es patente que el populismo en Norteamérica se ha hecho más
fuerte en el ala de la derecha del partido Republicano (Tea Party), que en la
izquierda. El populismo de derechas está en contra de la minisocialización que
se produjo en el país al finalizar la Segunda Guerra Mundial, incluyendo a los
burócratas e intelectuales que desdeñaron a la clase media trabajadora,
conjunción de las virtudes y esencias de América.
En la actualidad, Donald Trump se ha presentado a sus electores como un luchador contra los intereses del establishment de Washington provocando un discurso cargado de exageraciones y deformaciones en sus argumentaciones, donde resulta muy complicado hallar una mínima verdad
. Todas las performans de sus actuaciones mitineras eran como un “telepopulismo”, fenómeno éste que no es nuevo ni exclusivo de los Estados Unidos. Seguro que les suenan de algo estas actuaciones a gran parte de ustedes, benditos lectores.
“La paloma”
es el disco donde el señor Serrat grabó la canción “Balada de otoño” en 1969.
Tema poderosamente melancólico y lírico.
Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados,
sobre los pardos tejados,
sobre los campos, llueve.
Pintaron de gris el cielo
y el suelo
se fue abrigando con hojas,
se fue vistiendo de otoño.
La tarde que se adormece
parece
un niño que el viento mece
con su balada en otoño.
Una balada en otoño,
un canto triste de melancolía,
que nace al morir el día.
Una balada en otoño,
a veces como un murmullo,
y a veces como un lamento
y a veces viento.
Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados,
sobre los pardos tejados
sobre los campos, llueve.
Te podría contar
que está quemándose mi último leño en el hogar,
que soy muy pobre hoy,
que por una sonrisa doy
todo lo que soy,
porque estoy solo
y tengo miedo.
Si tú fueras capaz
de ver los ojos tristes de una lámpara y hablar
con esa porcelana que descubrí ayer
y que por un momento se ha vuelto mujer.
Entonces, olvidando
mi mañana y tu pasado
volverías a mi lado.
Se va la tarde y me deja
la queja
que mañana será vieja
de una balada en otoño.
Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados...
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