El capitalismo es una bicicleta en la que, si dejas de
pedalear, te caes. Porque siempre hay competitividad (maldita palabra), avances
tecnológicos efímeros, presiones constantes en la productividad; nada de esto
se puede parar…
Como se ha demostrado que las crisis del capitalismo se resuelven con más capitalismo, y que esto arroja una basura humanitaria: desempleo, contaminación, precariado, suicidio, trastornos mentales, drogadicción, desahucios y doce etcéteras más.
Es
decir, una crisis infinita en un mundo que es finito donde sobreviven seres
humanos, donde nos obligan a perdernos el respeto unos a otros, convirtiéndonos
en monstruos.
Como el capitalismo
es un sistema económico basado en la propiedad privada de todos los medios de
producción basado en la oferta y la demanda; es el Estado el que está obligado
a garantizar la limpieza de las transacciones económicas, poniendo disciplina
para que la mano de obra no se venda sin la obligada legalidad y legitimidad,
evitando beneficios fraudulentos.
Les aconsejo, benditos lectores, que si tienen ocasión pasen a leerse primero “La doctrina del shock” de Naomi Klein (2007), antes que la Constitución Española; a través de su lectura, y a pesar de los años desde que se escribió, entenderán mucho mejor y más claro el momento en que vivimos.
Porque el “capitalismo del
desastre” se lleva muy bien con los desastres, como el que padecemos hoy con el
coronavirus. Según la señora Klein, estas situaciones de trauma colectivo,
donde se suspende de manera temporal o permanente las reglas del juego
democrático son ideales para avanzar en este modelo neoliberal devastador.
Uno de los paridores del neoliberalismo, Milton Friedman, lo expresó claramente escribiendo: “Sólo una crisis da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que esa debe de ser nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable”.
Ejemplo de ello supusieron, después del atentado de
las Torres Gemelas, el recorte en los derechos civiles –reunión, expresión,
circulación, privacidad, libertad religiosa. Con las leyes mordaza, aquí en España, vino a suceder lo mismo. Con el
confinamiento por el coronavirus se han relajado los controles sobre el
comportamiento policial, aún más cuando tanto policías como guardias civiles no
dejan de ser trabajadores mal pagados y en situación de riesgo.
Las redes sociales, jaleadas por la derecha, amenazan, insultan, desprecian a quienes no piensan como ellos. Los planteamientos de Pablo Casado son claros: menos impuestos, más desregularizaciones laborales, más dinero para las empresas, más privatizaciones.
Están seguros de que la conmoción por el confinamiento es un
espacio ideal para probar estos escenarios, para que asumamos el “sálvese quien
pueda”, matriz del código neoliberal; consiguiendo menos fraternidad y más desigualdades
sociales, dejando sólo para los pobres las migajas que se les caen a los ricos
de la mesa.
Éstas son las
ideas neoliberales de la escuela de Chicago, los Trump, los Reagan, las
Thatcher que, poco a poco, desde hace varias décadas lograron “lobotomizar” a
la socialdemocracia y convencerla de las maldades del socialismo.
POSDATA.- Este escrito se ha elaborado con el resumen de los criterios del señor Juan Carlos Monedero y de un servidor.
El poema de hoy es del señor Mario Benedetti, escrito en el libro “Noción de patria” (1962-1963), titulado “Juego de villanos”. En este trabajo nos describe con placidez y cierta macabra ternura las distintas caras y diferentes situaciones en la que nos espera la muerte. Una lección a aprender a día de hoy.
La muerte se puso una cara de monstruo,
una cara de monstruo horrible,
esperó y esperó detrás de la esquina,
salió al fin de la sombra como un trozo de sombra,
y el niño huyó más rápido que su propio alarido.
Entonces la muerte se puso otra cara,
una vieja cara de mendigo,
esperó y esperó enfrente de la iglesia,
extendiendo la mano y gimiendo su pena,
y el niño no supo qué hacer con su piedad.
Entonces la muerte se puso otra cara,
una cara de mujer hermosa,
esperó y esperó con los brazos abiertos,
tan maternal, tan fiel, tan persuasiva,
que el niño quedó inmóvil de susto o de ternura.
Entonces la muerte sacó su última cara
una cara de juguete inocente,
esperó y esperó tranquila en la bohardilla,
tan quieta, tan trivial, tan seductora,
que el niño le dio cuerda con una sola mano.
Entonces la muerte se animó despacito,
más traidora que nunca, y le cortó las venas
y le pinchó los ojos y le quitó el aliento,
y era lo único que podía esperarse,
porque con la muerte no se juega.
Y, digo yo, si usted parece que ve tan mal el sistema en el que vivimos, por qué no ha emigrado usted a Cuba o a Venezuela? Propongo una suscripción entre los seguidores de este blog para pagarle el billete de avión y evitarle el sufrimiento de compartir con nosotros las maldades de nuestro mundo capitalista y liberal.
ResponderEliminarAnónimo podíamos llevar una recolecta entre todo/as los que escribimos....ayudar a esta persona.
ResponderEliminarSoy Arturo Pérez Reverte
El comunismo es la solución. Ha llevado el progreso allá donde se ha instaurado. Y la igualdad. Todos pasan hambre por igual. De los de "EL PUEBLO", claro.
ResponderEliminarSiempre la misma cantinela cansina de lo malo que es el capitalismo. Los hechos, lo único que cuenta, son demoledores: ni un solo intento socialista ha tenido éxito (exceptuamos a China que tiene el mejor sistema, infalible oiga, a saber: gobierno comunista férreo y dictador, combinado con una economía capitalista controlada, sin sindicatos, el paraíso en ese terreno), en cambio, los países capitalistas (mayoritariamente occidentales o copias de lo occidental) han creado riqueza que se ha repartido por gran parte de su población, reduciendo la pobreza más que ningún otro sistema. Lo demás son gilipolleces.
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