Los genes saben mucho de nuestro futuro y pueden ayudar a prevenir enfermedades. ¿Pero estamos preparados para saber lo que saben? Hay empresas que analizan el ADN por cien dólares con un kit a domicilio.
Los test genéticos se han popularizado mucho en los últimos cinco años y ofrecen informes cada vez más detallados. Los clientes reciben cada uno de estos packs del tamaño de un test de embarazo para dejar en él sus muestras de saliva y remitirlo luego por correo al laboratorio.
Un mes después, pueden consultar online un informe detallado de sus orígenes genéticos y su predisposición a ciertas enfermedades hereditarias. Lo mismo les anticipan la posibilidad de desarrollar párkinson o algún tipo de cáncer que el porcentaje de neandertal que tiene cada uno.
Las bases de datos de las cuatro empresas líderes en este sector
–Ancestry DNA. 23and Me, MyHeritage y Gene by Gene- atesoran los perfiles
genéticos de más de 26 millones de personas.
En Estados
Unidos, que es donde estos test son más populares, la mayoría de la gente que
los hace tiene más curiosidad por su pasado que por su futuro.
Saber qué problemas de salud tenemos más posibilidades de desarrollar pueden ayudar a prevenirlos, pero tiene contraindicaciones. Conocer con anterioridad los riesgos de padecer enfermedades como las cardiacas o neurodegenerativas, en el mejor de los casos, podía fomentar un cambio de hábitos para una vida más saludable.
También mucha angustia si no se recibe la asesoría oportuna (en
España es obligatorio darla).
Médicos de
hospitales estadounidenses como la prestigiosa Clínica Mayo reconocen que saben
más de lo que les dicen a sus pacientes. Les escanean más de veinte mil genes,
pero solo les dan información predictiva de cincuenta y nueve para no
asustarlos. Creen que la mayoría no está preparada para saber todo lo que le
puede llegar a pasar…
La ley no
permite alterar los genes humanos para curar enfermedades, pero sí se está
avanzando mucho en la modificación de los fármacos para adecuarlos a los
distintos tipos de genes.
No solo gracias a la genética avanza la medicina predictiva; también la inteligencia artificial aplicada a la diagnosis permite anticipar riesgos que hasta ahora eran imprevisibles. En Pensilvania hay una máquina que presume de predecir quién podría morir de aquí a un año.
Lo hace a través de un sistema de redes
neuronales profundas entrenadas con cerca de 2 millones de resultados de
electrocardiogramas para identificar los pacientes con riesgo de sufrir
arritmias y ataques cardíacos en los próximos doce meses. Los médicos no saben
todavía por qué acierta, pero sí que detectan anomalías en pruebas que hasta
ahora los cardiólogos consideraban normales.
Uno de los mayores y más esperanzadores hallazgos genómicos, presentados en 2020, es el proyecto Pan-Cáncer, que abre la puerta a la posibilidad de detectar el cáncer años o incluso décadas antes de que este aparezca.
Gracias al análisis masivo con trece supercomputadoras de los millones de datos del genoma de dos mil seiscientos pacientes que sufrían treinta y ocho tipos de tumor, los algoritmos pueden identificar patrones de mutaciones en las células antes de que se produzcan.
Los resultados, publicados en la revista Nature, no van a mejorar la cura del cáncer a corto plazo, pero
abren la puerta a que la inteligencia artificial ayude a encontrar nuevos
tratamientos personalizados.
Junto con la esperanza, llega también el temor a que esa información pueda usarse por compañías aseguradoras para discriminar a clientes sanos, cuyos datos delaten que tienen más posibilidades de enfermar en el futuro.
Cierta información
podría crear nuevos privilegios sociales y laborales para quienes tengan
inmunidad en ciertos tipos de pandemias. De ahí que haya que tener tanto
cuidado en el acceso y la preservación de los datos médicos y haya que extremar
precauciones para que las nuevas normativas de salud pública sean lo más justas
posibles.
Hace unos años empezó a popularizarse que las aseguradoras regalasen pulseras conectadas a sus clientes para ofrecerles descuentos si caminaban más de diez mil pasos al día o para ayudarles a medir su actividad cardíaca. También hay empresas que regalan estos wearables a sus empleados con el objetivo de fomentar hábitos saludables.
¿Qué pueden llegar a hacer las empresas con tanta información de sus hábitos personales? Saber cuántos pasos da un empleado (y donde), el número de horas que pasa sentado e incluso la calidad del sueño, ya está afectando a las pólizas de seguros en Estados Unidos.
En 2019, Google pagó 2.100 millones de dólares por Fitbit, la empresa de las pulseritas que rastrea el rendimiento físico.
POSDATA.- El escrito de hoy es un pequeño resumen del libro “Lo imprevisible”, siendo su autora Marta García Aller.
Hace 23 almanaques que el charnego Serrat compuso la canción
“Una vieja canción” como parte del álbum “Sombras de la China”. En ella señala
como algunas canciones pasadas te transportan en el tiempo, te llevan a
momentos perdidos, nos evocan olores del pasado y caricias sumergidas en el
olvido. Delicioso y lindo poema.
Viene a tu encuentro,
desde el olvido,
reclamando una deuda
que nunca acabas de pagar,
arrastrando lo que fue
y lo que pudo hacer sido,
y se pone a revolver
en el poso del ayer.
Y te manda a la lona
de un gancho al corazón
una vieja canción
pasada de moda,
que a tu pesar invoca
los besos del ayer
y los vuelve a poner
en tu boca.
Y nos toma,
nos trae,
nos lleva,
nos hiere,
y nos mata,
tan dulce
y tan ingrata,
una vieja canción.
Rastreando lo que fuiste,
con la memoria infiel,
buscarás por aquel
tiempo que ya no existe
los restos del naufragio
que hoy devuelve la mar
al volverla a escuchar
por la radio.
La primera forografia, ya nos comenta el nivel que tenemos de clase politica actual.
ResponderEliminar