viernes, 6 de agosto de 2021

"El Gran Hermano en la Trastienda", por Óscar de Caso. "Amancio Ortega, el padre de Zara, entendió antes que nadie cómo debían ser las tiendas de ropa en el futuro".

       “Dime que demandan los clientes, que se lo fabrico”, decía Amancio Ortega hace cuarenta años, cuando abrió su primera tienda Zara en A Coruña. El gallego entendió antes que nadie, cómo debían ser las tiendas de ropa en el futuro.

          La mayor cadena de ropa del mundo puede poner a la venta sus nuevos diseños, inspirados en las últimas tendencias que anticipa Vogue, antes de que el siguiente número de la revista llegue a los quioscos.

 Llevar una prenda de una mesa de dibujo en Galicia a ocho mil tiendas repartidas por noventa y tres países en menos de quince días necesita mucho big data. Y ya sean para Toledo o Melbourne, todas las novedades tardan un máximo de 48 horas desde su cuartel general en Arteixo (A Coruña).

          La clave estaba en la información: los dependientes debían estar muy atentos a los gustos de las clientas para informar inmediatamente a la fábrica por teléfono. Era la obsesión de Ortega. Ahora un sofisticado sistema informático permite un control total del flujo de la información.

          Hace una década el semanario The Economist alababa en un extenso reportaje sobre Zara su modelo de negocio basado en la moda rápida, cuando este era todavía una revelación. 

    Sin embargo, el análisis de la prestigiosa revista económica ponía en duda que la marca española pudiera mantener el ritmo de reposición de nuevos modelos todas las semanas si llevaba a cabo sus ambiciosos planes de expansión de duplicar su tamaño en cinco años. Ortega lo logró. No contaron con las mejoras en logística y las eficiencias del big data.

          Cuando reciben en la tienda la nueva mercancía se sabe exactamente cuáles son las cuatro mil unidades que entran en su tienda. Un algoritmo predice las tallas que más se van a vender según la tienda (porque el nivel de michelines varía según los barrios y Zara lo tiene calculado). 

Así, la cadena puede anticiparse a la demanda y reducir el stock del almacén. Antes este trabajo lo hacía la encargada a ojo. Ahora, en vez de llamar por teléfono o mandar un fax a Arteixo, tiene un iPod Touch en la muñeca que conecta en tiempo real todas las tiendas del grupo con la central. 

    Esta detecta inmediatamente los artículos superventas para que los diseñadores sepan reaccionar a lo que funciona en cada momento. No copian las prendas, reproducen las tendencias que funcionan.

         “Ya no me imagino la vida antes del RFID”, suspira la encargada. Tarda cinco segundos en comprobar, solo con acercar levemente a la caja este aparato de radiofrecuencia, que dentro están las 164 prendas previstas, porque cada una lleva uno de esos chips. 

   Hace seis años que este sistema se puso en marcha. “Antes necesitábamos un día entero para hacer el inventario de la tienda (y entre veinte y veinticuatro personas), ahora con seis dependientes lo resolvemos en tres horas. 

Ahora cada vez que se vende una prenda, el chip emite una orden inmediata al almacén para que se "reponga”. Gracias a este sistema, el trabajo de las dependientas cada vez tiene más que ver con la información que con saber doblar bien un pantalón.

          La encargada debe asegurarse de que en cada tienda haya siempre un producto por talla. Ni más, ni menos. Tener pocas unidades en exhibición garantiza una imagen más apetecible, alimentando la constante sensación de que lo que uno ve puede agotarse en cualquier momento.

          Todo está conectado y centralizado con Arteixo, desde las ventas hasta la música que suena, pasando por las imágenes que se despliegan en las pantallas gigantes de la tienda. Una infraestructura complicada que ha sido diseñada, como todo lo demás, por y para la compañía textil que, a diferencia de su competencia, evita externalizar ningún servicio.

          El propio Pablo Isla, presidente del grupo, reconoce que:” las tendencias de moda son demasiado impredecibles para que un algoritmo prevea los gustos que va a tener la gente”.

    Pero sus algoritmos están trabajando en ello. Quieren que, al entrar en un Zara de cualquier parte del mundo, sus cálculos sepan prever lo que vamos a comprar y la talla que necesitamos. Adelantarse a las necesidades es solo una parte de su secreto. El otro es que sus tiendas, más que vender, parecen que únicamente quieren mostrar.

POSDATA.- Este escrito es un resumen del trabajo realizado por la periodista Marta García Aller. En él, queda bastante claro, que estamos asistiendo al fin de los comercios y tiendas de barrio y, por ende, al ingreso en las listas del INEM de sus los empleados y empleadores que agrupan, ya sean textiles, alimentación, mobiliario, librería y una docena de etcéteras más. 

No logro imaginar el rumbo a que se verán obligados a tomar todas estas personas. Qué sencillo les resulta a los Gobiernos de turno insistir en reciclarse, transformarse en emprendedores (falsos autónomos), reinventarse. 

Más o menos, lo que viene sucediendo con los políticos prejubilados: asesorando en algún Consejo de Administración televisivo regional, incorporándose a la nómina de Compañías Eléctricas o de Telecomunicación y, para los más allegados y cariñosos, vegetar en el spa del Senado de la nación. 

El poema de hoy lo compuso el asturiano Ángel González en 1967, titulado “Ciudad Cero”, dentro del libro “Tratado de urbanismo”. Nos describe con sencilla amargura el drama y la desgracia que le atravesaban los ojos en su niñez durante la maldita Guerra Civil.


Una revolución.          

Luego una guerra.               

En aquellos dos años -que eran            

la quinta parte de toda mi vida-,          

yo había experimentado sensaciones distintas.              

Imaginé más tarde              

lo que es la lucha en calidad de hombre.               

Pero como tal niño,             

la guerra, para mí, era tan sólo:            

suspensión de las clases escolares,                

Isabelita en bragas en el sótano,          

cementerios de coches, pisos               

abandonados, hambre indefinible,                

sangre descubierta              

en la tierra o las losas de la calle,         

un terror que duraba          

lo que el frágil rumor de los cristales             

después de la explosión,              

y el casi incomprensible               

dolor de los adultos,           

sus lágrimas, su miedo,                

su ira sofocada,          

que, por algún resquicio,             

entraban en mi alma           

para desvanecerse luego, pronto,                  

ante uno de los muchos               

prodigios cotidianos: el hallazgo          

de una bala aún caliente,             

el incendio                  

de un edificio próximo,                

los restos de un saqueo                

-papeles y retratos              

en medio de la calle...         

Todo pasó,                  

todo es borroso ahora, todo                 

menos eso que apenas percibía            

en aquel tiempo         

y que, años más tarde,                 

resurgió en mi interior, ya para siempre:               

este miedo difuso,               

esta ira repentina,

estas imprevisibles              

y verdaderas ganas de llorar. 











2 comentarios:

  1. Igual resulta que conquistar la utopía es lograr que los ciudadanos se aprovechen de esos adelantos por muy "Gran Hermano" que lo empiecen a bautizar. ( Eso viene de un libro en el que el Gran Hermano es un gran dictador totalitario, no un neoliberal) . También podemos romper los tractores y los barcos que no sean de vela.
    Y que esos ciudadanos trabajen y aporten a la sociedad su producto. Desde luego creo que todo eso no le preocupa al Gobierno, ni a todos los políticos como clase mandante, ni al sistema educativo, ni a la reglamentación laboral, ni etc, etc.
    Con ello logramos llegar al paro que tenemos. ¡Viva!

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