El miércoles pasado el Presidente de la Generalidad asistió a
la conmemoración de una llamada batalla de Talamanca que habría supuesto, según
la segregación nacionalista, la última victoria de los ejércitos catalanes
sobre las tropas españolas.
Durante los últimos 200 años las hemerotecas de los diarios locales guardan un magistral silencio sobre la presunta batalla. Hay una posibilidad de que no existiera y que fuera, como explicaba con palabra precisa César Cervera en el diario ABC, “una escaramuza” en la fase ya declinante de la Guerra de Sucesión.
En cualquier caso, no quería hablarte de
este mito tierno, que tenemos el privilegio de ver germinar por ser
contemporáneos de esa fase primigenia en todo proyecto de nación que se titula Construcción de la mentira. Mi intención
principal era describirte el espectáculo inaudito que protagonizó el Presidente
Más en la explanada del castillo de Talamanca.
No puedo resistirme a explicarte lo que vi desde que el Presidente Más llegó al castillo y se encontró con una banda de migueletes (miquelets) que le rendía honores.
Tú quizá no sepas lo que es un miguelete, pero aquí estamos yo y la Wiki dándole el nombre de miguelete (llamado así, probablemente, por un célebre capitán. Miguel de Prats) a un cuerpo paramilitar de mercenarios creado durante la Guerra de los Segadores y que en la Guerra de Sucesión española luchó con el bando austracista.
Hay algo obvio, pero
importante, en lo que debes recalar: los migueletes no existen. Aunque
demostraron una notable capacidad de reaparición después de sucesivas
aboliciones provocadas por su alta competencia para el pillaje, los migueletes
desaparecieron después de las guerras napoleónicas.
Por lo tanto, los que recibieron al Presidente Más en Talamanca no eran migueletes, sino unos tipos disfrazados de migueletes, pertenecientes a la empresa Migueletes de Cataluña, que yo no puedo decirte de qué leva del arte dramático proceden.
Así pues, en ese momento puramente estelar de la historia catalana de todos los tiempos en que el figurante anfitrión recibe al Presidente, lo saluda con gran énfasis, lo acompaña hasta el núcleo de la tropa y le dice: “Presidente, el coronel”, yo pensé, justo un segundo antes del vahído, que el Presidente Más no podía ser otra cosa que un figurante haciendo de Presidente Más, sospecha, por lo demás, muy extendida en el ambiente a la vista de la distancia de carácter sideral entre aquel Más que en 1995 declaraba que la independencia era un anacronismo tipo miguelete y este último al que un grupo de motivados rinde honores militares en Talamanca.
Espero que a pesar de mi torpeza puedas comprender bien
lo que te estoy explicando. Es que Mariano Rajoy está pasando revista a las
tropas de Curro Jiménez, eso es lo que te estoy explicando exactamente.
La escena inaudita no solo legitima la innoble confusión entre lealtad y ficción y entre historia y mito. Esa confusión se ha convertido ya en un lugar común. En la comuna. No solo supone también la escena una metáfora fácil sobre la calidad del proyecto de secesión.
Por encima de esas consideraciones está el respeto por estos pintorescos nacionalistas que tienen por sus propios mitos. “¡Por la gloria de nuestros muertos!”, dice el miguelete de la empresa Miguelete antes de descargar salvas de honor. Es probable que el 13 de agosto de 1714 hubiera muertos.
Hay escaramuzas que le joden la vida a cualquiera. Si los hubo, si
hubo Talamanca, si hubo incluso un Presidente Más, esos muertos remotos habrían
merecido al menos un mozo de escuadra uniformado, firme, de verdad. Pero bien
sabemos, querido amigo, hasta qué punto Cataluña es un simulacro.
POSDATA.- El escrito de hoy es una transcripción-resumen de un artículo cuya autoría pertenece al Arcadi Espada.
Aprovecho el comunicado de Joan Manuel Serrat en el que
anuncia su próxima retirada de los escenarios para colocar un soneto del
cantautor Fernando Lobo (Cádiz-1979), alusiva a la noticia. Lo ha titulado: “El
vicio de cantar”
"El vicio de cantar no tiene cura,
el vicio de vivir no hay quien lo esquive,
el vicio de actuar te vuelve pibe
aunque baje el telón desde la altura.
El vicio de tocar siempre perdura,
el vicio de escribir nunca se inhibe,
el vicio de trovar nunca prescribe
aunque quede la escena muda, a oscuras.
Antaño me enganché a las emociones,
al cariño de ida y de regreso,
al aplauso, a la música, a sus dones.
Yo soy todo un vicioso, lo confieso
pues llevo mucho tiempo entre canciones
y así no hay corazón que salga ileso."
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