No hay maniobra más política que la despolitización de un asunto. Quienes llaman a despolitizar un asunto llaman a “dejarlo tal y como está”.
Un problema es político cuando lo identificamos como un agravio colectivo y no una suma de dolores privados, cuando le atribuimos víctimas, responsables y una causa que puede ser transformada. El poder de los grupos que antes sufrían estos problemas en silencio es que los consigue convertir en asuntos políticos y por tanto susceptibles de ser cambiados.
Si no se hubiesen politizado la explotación y las relaciones laborales, no se habrían agrupado los trabajadores en ligas, cooperativas y sindicatos y no habrían conquistado derechos que mejorasen la salud y la vida. De la politización de la relación entre hombres y mujeres, negando que sea solamente un asunto privado, nació el feminismo y el avance en derechos para la igualdad de las mujeres.
Lo mismo cabe decir de la politización de la discriminación y violencia contra las personas LGHTBI+, de la politización de las jerarquías raciales hasta entonces consideradas naturales o de la politización del cambio climático y la necesidad de medidas para asegurar la vida en el planeta.
No se me escapa en todo caso que por debajo de esa exclamación de no politicéis, no solo hay una cínica defensa del status quo.
La expresión de la rendición de la política a ser pura gestión de prioridades decididas fuera de la soberanía popular, más allá de la democracia, por poderes salvajes que se niegan a cualquier responsabilidad social o ecológica que no sea la que ellos mismos decidan.
En esta visión, ya que la política es impotente y el grueso de los asuntos determinantes lo deciden hombres poderosos a quien nadie ha elegido, lo menos que se le puede pedir a los políticos es que cuesten poco y reduzcan el volumen, reducidos a ser el pararrayos de la insatisfacción cotidiana, remunerados para ser objeto de quejas e iras, ya que los verdaderamente poderosos no dan ruedas de prensa ni salen por la tele ni son reconocidos por la calle.
Solo los que nacen con la vida solucionada pueden permitirse el lujo de despreciar “la política”, y aun así están tomando una opción netamente política: que todo siga igual. Para el resto, renegar de la política es simplemente bajar los brazos.
La política debe ser reivindicada, practicada y llevada hasta sus últimas consecuencias como compromiso moral y actividad para transformar lo existente para que la gente pueda tener vidas más libres de miedo, carencia y discriminación.
Debe salir de su impotencia, y eso implica atreverse ser rupturista e innovador, porque no vamos bien y las cosas se van a poner peor si no cambiamos el rumbo. Estamos inmersos en un orden ecológicamente depredador e insostenible, socialmente injusto y humanamente generador de mucho dolor. Y de ese orden no hay escapatoria individual, por más que el ocio y la propaganda mercantil bombardeen con la idea de que los héroes son siempre seres antisociales y solitarios, que la libertad es siempre escapando del resto.
De los grandes desafíos que hemos enfrentado, como la covid-19, o que tenemos que enfrentar, como la galopante desigualdad o la destrucción del planeta, nadie sale vencedor en solitario. Solo pueden ser acometidos como comunidad, como pueblo.
Y para eso hace falta tomar partido, salir de la equidistancia cobarde e impotente y afirmar que hay valores superiores a otros, que hay ideas más justas que otras porque su universalización garantiza mejores condiciones a todos, que la política no puede reducirse a un conjunto de técnicas o procedimientos, sino que tiene que ser el combate apasionado por un mañana mejor.
A esta forma de estar en el mundo, a esa forma de sentirse fraternalmente el dolor de los otros, a ese querer heredar las luchas de antes y dejar un presente mejor del que encontramos a los que vendrán después, a ese emocionarnos juntos, a ese no saber vivir de otra manera, le llamamos, de manera un tanto arcaica, militancia. El nombre es lo de menos, el empeño, la solidaridad y la perseverancia son lo de más.
POSDATA.- Este escrito es un resumen-transcripción de los razonamientos de Iñigo Errejón.
“El analfabeto político” es el título que le puso a este poema Bertolt Brecht.
El peor analfabeto
es el analfabeto político.
No oye, no habla
ni participa en los acontecimientos políticos.
No sabe que el coste de la vida,
el precio de las judías,
del pescado, de la harina,
del alquiler, de los zapatos
y de las medicinas
dependen de decisiones políticas.
El analfabeto político
es tan asno que se enorgullece
y saca pecho diciendo
que odia la política.
No sabe el imbécil que
de su ignorancia política
nace la prostitución,
el niño abandonado, el atracador
y el peor de todos los bandidos:
el político delincuente,
canalla, corrupto
y lacayo de las empresas nacionales
y multinacionales.
Y pa mearse de risa (o llorar por la que te quieren liar), cuando dicen lo de: desjudiacilizar la política.
ResponderEliminarO politizar la jurisdicción.
ResponderEliminarTambién es un bonito asunto político decidir lo que se trata, o no, o a medias, políticamente y en qué sentido.
Descubrir que hay política ya se hizo desde el momento en que hubo mas de un humano.
Yendo al diccionario:
política
1.
Ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los estados.
2.
Actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a la sociedad o a un país.