Al principio, las redes sociales eran una taberna
minoritaria. Por aquel entonces (2008) eran un canal para expresar aquello que
no nos atrevíamos a decir delante de nuestras madres ¿Por qué tanta gente
siente el deseo de ser partícipe de algo que está por encima de su
individualidad?; ¿por qué corren tantos a unirse a las cruzadas?. Yo creo que es
el miedo, el miedo a sí mismo, a quedarse solo en medio del ruido, lo que le
empuja a disolver parte de su identidad en las identidades colectivas.
Cuando las redes sociales empezaron a funcionar, ni siquiera se calculó que se volverían tan rentables, así que fue imposible prever de qué forma sacudirían las estructuras de la sociedad. Pero resulta que esos ingenieros geniales no aplicaban la más mínima base humanística a sus inventos.
Cito de memoria al
matemático Ian Malcom (Jeff Goldblum), de Parque
Jurásico, cuando dice que “se obsesionaron tanto preguntándose si podían
hacerlo que no se pararon a pensar si debían”, esta es la crítica más concisa
que se me ocurre contra la revolución de la tecnología informática de la última
década y media.
Las redes sociales no fueron una respuesta a las necesidades de la humanidad, sino un reto de informáticos con tendencia a la misantropía, cuyo invento se salió de madre. Pusieron la herramienta al alcance de todo el mundo, y la auténtica naturaleza humana, baqueteada por el pánico, la inseguridad y la soledad, se transformó en el vehículo que transmite más velozmente los sentimientos de ofensa e indignación.
En lugar de responder a una necesidad, las redes sociales
conectaron con miedos profundos del ser humano. Encontraron en estos miedos la
gasolina. Eran una herramienta manejada por nuestra carencia, así que resultó
imposible de controlar.
El cliente de estas redes no es una persona a la que se le presta un servicio y la sociedad no es un bien colectivo que hay que cuidar, sino que cada usuario es una cabeza de ganado en la inmensa granja de información que es la sociedad.
Los
directivos de las redes se han hecho con un poder que habría sido la envidia de
los estados represivos clásicos. Pese a la palabrería new age, los jeques de las redes sociales han descuidado el papel
que desempeñan en las democracias para volcarse en la consecución de unos
objetivos exclusivamente económicos.
Los jóvenes (generación Z) encuentran frío el email; utilizan sin parar Facebook, Twiter, Snapchat e Instagram, no como una red social donde se emiten opiniones sino como una extensión de su propio mundo. En Twiter bulle una comunidad de chicos/as que considera que el mundo está atrasado –como todas las generaciones a su edad- pero tiene a su disposición un arma poderosa, donde sus reivindicaciones pierden el contexto de la edad y dejan de ser una discusión adolescente.
En Twiter se oculta la edad. La queja de un adolescente puede llegar a la prensa como si fuera la protesta de la sociedad. Twiter y Facebook destruyen la reputación de las personas a las que la comunidad decide poner en la picota.
Atacamos lo mismo a compañías que buscan el beneficio a costa de
maltratar a la gente humilde, a políticos corruptos y líderes de opinión
mentirosos, que a ciudadanos indefensos. En Twiter has de librarte del peor
error que se puede cometer en esta red social: ¡DISCULPARSE! cuando Internet te
acusa de algo que no has hecho. Pedir perdón es sinónimo de aceptar la
culpabilidad.
En cuanto a
Facebook se ha convertido en el mecanismo de censura más prolijo de nuestro
tiempo, debido a la posibilidad de denunciar de forma anónima a cualquiera que
diga algo que no nos guste y a la estrechez de sus normas comunitarias.
Facebook preocupa si pensamos la influencia que una empresa de estas
características puede tener en unas elecciones democráticas.
Los datos confirman la teoría de que se comparte mucho el titular, pero se lee poco la noticia. Se crea una dinámica que nos anima a compartir rápidamente cualquier titular escandaloso pero que nos da poco margen para pararnos a comprobar la veracidad de lo que estamos compartiendo.
La titularitis es el síntoma de una enfermedad de las audiencias de
las redes sociales que se contagia a los medios en el momento en que el gusto
del populacho digital marca la forma de anunciar las noticias, incluso la
elección de los temas de interés ¿Qué nos indica esto? Que Twiter ha dejado de
ser un canal con el que los usuarios están al día de la actualidad para
convertirse en un generador de noticias basura.
Un halo de
falsedad envuelve a nuestros personajes digitales. Desde la chica guapa, que
bombardea desde su Instagram con selfis extremadamente favorecedores mendigando
la aprobación de sus seguidores, hasta el ceñudo señorón qué opina de cualquier
novedad política con un retrato de Groucho Marx en la foto de perfil, todos
elegimos atributos irreales para mostrarnos en la red social.
En las redes sociales la ofensa ni se perdona ni se ignora, sino que se lleva a todas partes. Como una liturgia, los procesos de escarnio colectivo, nos redimen de algo, pero ¿de qué? ¿Quizá de sentirnos malvados y superficiales?
El movimiento
censor de las redes no suele lograr que se retire un libro de las librerías o
que se borre un artículo de un diario digital, pero pervierte la imagen pública
de la gente y acobarda a las empresas editoras. En un ambiente de presión de
grupo, el criterio de la mayoría deforma al criterio individual. Es decir, el
miedo a la exclusión social nos empuja a decir lo que no pensamos.
Cuando las
redes sociales condenan, los titulares siempre están de acuerdo con la
acusación. Y algo verdaderamente importante si estás decidió a participar en
dichas redes: Hay que entender desde el principio que la regla fundamental es:
que no hay reglas.
POSDATA.- Debido a que un servidor no participa de las redes sociales (estos trámites me los lleva con probado acierto y eficiencia el propietario de este acogedor blog). No tengo un criterio suficiente para escribir sobre este tema en cuestión; lo que, si poseo, a través de sus libros, es el poderoso conocimiento que tiene de esta cuestión mi admirado periodista Juan Soto Ivars. Este escrito es un pequeño resumen de sus investigaciones.
Hoy propongo una pincelada de melancolía (nostalgia, no por
favor) con esta canción del cantautor Ismael Serrano titulada “Papá, cuéntame
otra vez”, fechada en 1997, dentro del disco “Atrapados en azul”.
Papá cuéntame otra vez ese cuento tan bonito
de gendarmes y fascistas, y estudiantes con flequillo,
y dulce guerrilla urbana en pantalones de campana
y canciones de los Rolling y niñas en minifalda.
Papá cuéntame otra vez todo lo que os divertisteis
estropeando la vejez a oxidados dictadores,
y cómo cantaste "Al Vent" y ocupasteis la Sorbona
en aquel mayo francés en los días de vino y rosas.
Papá cuéntame otra vez esa historia tan bonita
de aquel guerrillero loco que mataron en Bolivia
y cuyo fusil ya nadie se atrevió a tomar de nuevo,
y como desde aquel día todo parece más feo.
Papá cuéntame otra vez que tras tanta barricada
y tras tanto puño en alto y tanta sangre derramada,
al final de la partida no pudisteis hacer nada,
y bajo los adoquines no había arena de playa.
Fue muy dura la derrota: todo lo que se soñaba
se pudrió en los rincones, se cubrió de telarañas.
Y ya nadie canta "Al Vent", ya no hay locos, ya no
hay parias.
Pero tiene que llover aún sigue sucia la plaza.
Queda lejos aquel mayo, queda lejos Saint Denis.
qué lejos queda Jean Paul Sartre, muy lejos aquel París.
Sin embargo, a veces pienso que al final todo dio igual,
las ostias siguen cayendo sobre quien habla de más
y siguen los mismos muertos podridos de crueldad.
Ahora mueren en Bosnia los que morían en Vietnam.
Ahora mueren en Bosnia los que morían en Vietnam.
Ahora mueren en Bosnia los que morían en Vietnam.
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