¡Ultraderecha a la vista!, por Óscar de Caso. "Las fuerzas más conservadoras están aquí para quedarse: se sienten cómodos ante nuestra incomodidad y envalentonados ante nuestro miedo".

         Comienzo con un aserto aprobado por la mayoría de los politólogos: “Hoy se puede ser más pesimista y decir que detrás del auge de la extrema derecha siempre está el fracaso de una izquierda democrática”. 

Prorrogando con otra declaración de mi admirado José Mugica, que escribe: “Una historia larga muestra que las derechas se juntan por intereses y que las izquierdas se separan por ideas y esquemas. En tiempo de fake news, la mentira se transformó en un método de acción política de las ultraderechas”.

          En estos tiempos, la prioridad es cortar el paso a la derecha, que blanquea, o consiente que se blanquee a la extrema derecha. Las derechas no dudan en aliarse, sean cuales fueren sus rivalidades, en un frente común que pueda darles el necesario peso en votos o en escaños para hacerse con el poder; a costa de partidos narcisistas de izquierda, que nunca pensaron que el fascismo asomaría de nuevo en España. 

Y Vox se fue extendiendo como una mancha que iba contaminando la realidad política de nuestro país hasta conseguir llegar a ser, por increíble que parezca, la tercera fuerza política en el Parlamento español.

          Lo cierto es que las fuerzas más conservadoras están aquí para quedarse: se sienten cómodos ante nuestra incomodidad y envalentonados ante nuestro miedo. Es lo que ha ocurrido. Durante estos años hemos recibido señales, avisos; insisto, los pasamos por alto como algo improbable o como algo molesto en lo que era mejor no reparar.

          Se valen de la democracia para acceder al poder, juegan y se burlan de ella y luego piden poderes especiales ante alguna urgencia o emergencia, unos poderes que al poco tiempo se vuelven permanentes y así, antes de que los demócratas puedan reaccionar, ya se han hecho con el control absoluto imponiendo sus ideas y proyectos y persiguiendo a todo el que se oponga o no encaje en sus planes. 

Este fue el esquema que utilizó el nazismo. No lo debemos de olvidar, aunque pensemos que es ridículo que se vuelva a repetir (por favor, benditos lectores, leer libros de historia); con la falsa creencia de que la democracia lo soporta todo, y no es así.

          La ultraderecha es sumamente coherente. Su discurso radical es el mismo desde el primer momento y la falsedad con la que lo envuelven crece exponencialmente de acuerdo a las necesidades puntuales. Para ellos todo sirve, todo vale, el fin justifica los medios.

          Entre sus distintos líderes se apoyan entre sí, se saludan y se felicitan públicamente cuando uno de ellos obtiene un buen resultado electoral. Se trata de una escenificación de profetas que rivalizan entre sí por ver quién es más intolerante y quién nos advierte mejor del apocalipsis progresista, pero que al final del día están de acuerdo en lo medular y sus diferencias son tan solo de matices, porque la verdad es que la extrema derecha ha arrastrado al centro derecha a sus posiciones.

          Las ultraderechas encarnan el odio atávico a las clases populares, al movimiento obrero y al pensamiento libre. Y todo ello ha tenido como expresión la imposición de un patriarcado anulador de los derechos de la mujer, el clericalismo más rancio y el llamado “franquismo sociológico”, magma ideológico-social muy anterior al dictador, pero que se materializó en torno a su persona. 

La injuria zafia, la simpleza de sus propuestas y los bulos, en cuya difusión siguen a rajatabla las tesis del aparato de propaganda nazi. Sus objetivos son crear confusión, potenciar los prejuicios contra el “otro”, “el rojo”, el “homosexual”, la “mujer” o el “emigrante”. Pero, sobre todo, el objetivo máximo es perpetuar los privilegios sociales y económicos del estatus que los dirige.

          Ellos quieren una Europa regida por el “identitarismo” y dividida en patrias fuertes y orgullosas; la misma que una y otra vez ha llevado al continente a la guerra. Para acusar a los inmigrantes de parásitos no les importa verlos trabajando en el campo, en las obras o recogiendo chatarra por la calle. Bajo esa apariencia inofensiva se esconde, según ellos, el soldado invasor.

           El Ejido es una maqueta a escala de lo que pasa en el sur francés, donde el partido de Marine Le Pen ha logrado resultados históricos allá donde los programas de integración estatales han sido desastrosos, como Marsella. 

  Pues bien: ¿cuál ha sido la respuesta de la izquierda española al caso de El Ejido? ¿Se ha sometido a examen el discurso sobre la inmigración? ¿Se han estudiado los problemas a los que la izquierda debería de dar una respuesta humanitaria y solidaria, pero antes que todo realista e inteligente? No. 

La respuesta ha sido ver El Ejido como un caso perdido, una aberración. Activar el legendario don del menosprecio y exclamar que esos resultados se explican porque en la ciudad no hay librerías (cosa que, además es falsa). En este sentido, el miedo a encarar los problemas les ha regalado a las derechas xenófobas el privilegio de la exclusiva.

          En lo que concierne a la inmigración. Decir que las personas que se juegan la vida lo hacen porque quieren “la paguita” del Estado es vil y despreciable. Desde luego, no es ser de buen cristiano, y mira que a los conservadores les encanta ir a misa. 

Y además es mentira: sin papeles no tienes acceso a ninguna ayuda de la Seguridad Social, y sin trabajo no tienes papeles. Es una regla de tres tan básica que no sé cómo hay gente que aún no lo entiende.

          La forma con la que afronta Unidas Podemos la aparición de Vox no es la adecuada. No hay que regalarles ninguna épica del franquismo y el fascismo a un conjunto de millonarios escindidos del PP que usan el fascismo para molar porque les da un rollo rebelde.

   Una escisión del PP con un lenguaje trumpista cuyo único objetivo es bloquear cualquier tipo de avance que se dé en el país alimentando el odio entre los de abajo. 

Si son un síntoma de descomposición social, combatirlos construyendo comunidad; si en este caso son el regreso del péndulo, esta vez en sentido reaccionario, esforzarse por proponer un horizonte de seguridad y libertad mejor que la guerra del penúltimo contra el último, que es siempre santo y seña de los reaccionarios.

 Es como que nos da morbo tener un nuevo fascismo al que atacar y vengar con él a nuestros abuelos, pero es que ese juego, porque es un juego retórico, no los hace más pequeños ni más débiles.

          Las nuevas extremas derechas no son más que la actualización de una cierta democratización: el penúltimo contra el último. Por machacado que estés, siempre te puedo ofrecer alguien más débil sobre quien descargar tu frustración.

          Concluiré este escrito con la afirmación del aprendiz de profeta Orwell que infortunadamente cada vez es más posible. “Cuando el fascismo finalmente llegue a Occidente, lo hará en nombre de la libertad”. (Palabra con la que cada día rellenan todos sus discursos-mítines las derechas).

POSDATA.- Primero. Quiero disculparme por la extensión del escrito. El tema pienso que lo merecía. Segundo. Para la elaboración del mismo he precisado de la sabiduría de los señores: Baltasar Garzón, Julio Anguita, Juan Soto Ivars e Iñigo Errejón. 

Desde hace 26 años que Serrat escribió la canción “D’un temps, d’un país” (De un tiempo, de un país), este hombre está tratando de apaciguar euforias y malos instintos entre Cataluña y España; por lo visto, con poco éxito. Si apartáis tres minutos de vuestro tiempo, escucharéis una canción vibrante y por desgracia, actual. 

https://www.youtube.com/watch?v=HElXthaT4Rc

De un tiempo que será el nuestro,

canto las esperanzas

de un país que nunca hemos hecho,

y lloro la poca fe.

No creamos en las pistolas,

para la vida se ha hecho el hombre

y no para la muerte.

No creamos en la miseria

la miseria necesaria, dicen,

de tanta gente.

De un tiempo que ya es un poco nuestro,

de un país que vamos haciendo,

canto las esperanzas

y lloro la poca fe.

Estamos lejos de recuerdos inútiles,

y de viejas pasiones,

no iremos detrás

de antiguos tambores.

De un tiempo que ya es un poco nuestro,

de un país que vamos haciendo,

canto las esperanzas

y lloro la poca fe...