Voy a ponerles en situación, benditos lectores. El escrito de hoy es un pequeño resumen de la conversación que sostiene un estudiante que desea hacer su tesis doctoral sobre el arte del teatro; para lo cual, visita al señor Albert Boadella en su masía de Girona para que le ilustre sobre dicho tema.
Don
Albert, antes de profundizar en el tema en cuestión, le obliga a que se
instruya de manera clara, práctica y contundente en lo que es el artista y el
arte. Les dejo con la conversación.
BOADELLA- Mire, joven, la progresía es una plaga funesta que ha descompuesto todo orden prudente y juicioso en la llamada sociedad del bienestar. En el fondo es una consecuencia de ella.
Se ha introducido en los
múltiples repliegues de la vida en común y solo se han liberado de sus efectos
quienes se han refugiado en un búnker cerril. Una actitud poco práctica porque
significa vivir a la defensiva.
Usted, joven,
conoce en carne propia a los progresistas… “No voy a pasar por reaccionario ni
por retrógrado”. “Ojo que no me llamen facha”. “Tengo que aparentar estar abierto
a todo”. “Nada puede reprimir mis sentimientos”, etc., etc. En definitiva, como
se trata de situarse por sistema en el lado de los buenos, el progresista debe
sentirse dispuesto a consensuar hasta su propia dignidad por tan altos
designios.
JOVEN- Pero ¿qué mejor que el progreso, ¿no?
B- Autocalificarse como progresista ya es utilizar una
redundancia necia y engañosa, dado que el progreso está en la naturaleza de
todo ser humano desde que sale del claustro materno. El progresismo es el
encubrimiento perfecto de las mayores imposturas y dislates, pues gravita sobre
una rectificación frívola e indocumentada de las actitudes naturales y del
sentido común. Es como el imbécil que se proclama humanista.
J- Lo siento, pero yo me considero progresista.
B- Es lógico en usted, porque el término “progresista” les
sirve como efectivos militares contra quienes vinculan una parte de sus
referentes al pasado. Es una excusa para extirpar cualquier actitud
conservadora en la sociedad. Se trata de liquidar los vínculos y la herencia
moral, partiendo solo de uno mismo como ser supremo y único. En las artes lo
han conseguido plenamente.
J- No veo cómo.
B- Pues atienda. Este embaucador virus mental ha manejado
para sus efectos devastadores todas las variantes de la modernidad y la
vanguardia. Ha instigado en sus practicantes un estúpido complejo: ¡el pánico
en no hacer arte contemporáneo!
J- Es normal que a los jóvenes nos guste lo moderno.
B- Hagamos lo que hagamos usted y yo, siempre será moderno.
Obviamente, una vez muertos, dejamos de ser modernos. Utilizar el término
“contemporáneo” para el arte de alguien que está vivo es una redundancia
estúpida, salvo que con ese adjetivo se intente acusar de caduco a alguien que
en su obra muestra un sólido enlace con la tradición de su oficio
J- Por ejemplo, alguien que pinte ahora paisajes y retratos
como los que usted tiene en casa, ¿no?
B- Exacto, veo que lo ha captado. Un pintor de bodegones jamás será considerado progresista. La consecuencia de este proceder ha sido la liquidación de la pintura y la escultura, que, sin referentes conocibles, cortan toda comunicación social con el espectador. Han sido sustituidas por formas primarias o simplemente por un discurso endogámico del supuesto artista.
Es el caso de las “instalaciones” o las “performances”. No buscan más que su
propia complacencia, sin tratar de comunicar, seducir y emocionar al prójimo.
Un narcisismo enfermizo. Reducen la transmisión al exhibicionismo personal. Con
lo cual, por analogía, también han salido gravemente afectados de esta deriva
la música, la arquitectura y el teatro.
J- En resumen, lo que viene a ser una acusación implícita a
las tendencias de izquierda ¿trata de exponerme que los progresistas no tenemos
un criterio asentado?
B- Un criterio más bien fluctuante. Se trata de una moral laxa en lo esencial pero radicalmente inquisitoria en lo superfluo. Su fobia a la tradición los lleva a creer que todo es posible y, de aquí, su fascinación por sacralizar las más imprudentes ocurrencias en cualquier campo.
Piense que
la epidemia no distingue entre hombres y mujeres, ni las múltiples variantes de
género que se han inventado, precisamente, los progresistas. Hoy, hasta el Papa
es progre… y así le va a la Iglesia.
“Tal com
raja” es un disco que Joan Manuel Serrat editó hace cuarenta y tres años.
Dentro incluyó el tema que hoy extraigo, titulado “CanÇo de l’amor petit”
(Canción del pequeño amor). Nos cuenta de un amor de la adolescencia que no le
ha marcado el paso del tiempo. Sensual y conteniendo una pincelada de erotismo.
Yo tengo un amor pequeño
y goloso
como un niño.
Un amor desparejado
que muerde el cebo
y no se traga el anzuelo.
Yo tengo un amor rumboso,
rojo y jugoso
como una granada.
Yo tengo un amor amigo
que mata de gusto
y que se muere de ganas.
Ni ciego,
ni trágico,
ni pactado.
Ni eterno,
ni mágico
ni alquilado.
Manándome a raudales,
tengo un amor pequeño,
tengo un amor pequeño.
Yo tengo un amor pequeño,
nuevo como el tiempo
de la sazón,
que se quema como la viruta,
llega a caballo
y trepa a los balcones.
Yo tengo un amor compañero
que no trae recuerdos
ni deja prendas.
Yo tengo un amor por ti
que se pone a bailar
cuando le dan cuerda.
El sr del caso se nos está volviendo transcriptor a palo seco.
ResponderEliminarPues sí, resulta que Mozart era conservador y Wagner un progre.
Todos los artistas grandes de cualquier campo del arte han estudiado con fruición a sus antepasados y, a partir de ahí, .... a crear.