jueves, 5 de marzo de 2020

Narciso Herrera Coronado, abuelo del Prior del Convento de S. José, el P. Alfonso Herrera, último soldado en salir de Filipinas. Lo hizo en 1901 en un barco americano rumbo a San Francisco.

Con motivo de la inauguración del Monumento a los Héroes de Baler que tuvo lugar el pasado 13 de enero en la Plaza del Conde del Valle Súchil, Barrio de Chamberí, que honra la gesta del destacamento de Baler en la isla de Luzón,  Alfonso Herrera escribió en una de sus maravillosas crónicas, con las que a diario nos deleita, que "el último que salió de Filipinas fue un oficial del Ejército español acompañado por un subalterno que, amparados en la oscuridad, en medio de una noche, se presentaron a bordo de un destructor americano en 1901"Esto es lo que nos cuenta el P. Alfonso:

"Este militar, ¡el último!, el Capitán Narciso Herrera Coronado, era mi abuelo que, junto con un soldado a sus órdenes, fueron, propiamente, los “ÚLTIMOS DE FILIPINAS”. 

    Habían pasado dos años desde que los valientes de Baler, sin rendir armas y rindiéndoseles honores por el ejército filipino, salieron del infierno que fue la resistencia de un asedio sin cuartel que se prolongaría durante 337 días, y fue entonces cuando  los últimos soldados patrios dejaron atrás, poniendo fin a un imperio donde, por espacio de cuatro siglos, no se ponía el sol.

      Y tuvo que ser, así, en medio de la noche, para que el sol no sintiera vergüenza cuando un grupo de indígenas les bajaron, a escondidas, desde la profundidad de la selva, hasta el puerto donde aquel militar, se presentó al Comandante del barco de guerra americano, en calidad de oficial del ejército español, solicitando asilo para él y para su subalterno. Lo que les fue concedido.

     No debieron ser malas personas ni él, Narciso Herrera Coronado, ni su soldado asistente, cuando un poblado de aborígenes les dio cobijo y defensa durante dos años contra las partidas de soldados tagalos que peinaban la selva  eliminando a cualquier soldado español que encontraran ocultos en la espesura de la selva.

Narciso Herrera Coronado
 
Y es que, como ocurriera en otros destacamentos, como el de Baler, la necesidad de avituallamiento les obligaba a salir en busca de él. Una vez no pudieron entrar y se vieron obligados a  introducirse en la selva donde no llegaron a conocer lo del armisticio y allí permanecieron hasta que fueron informados de la presencia de  un destructor americano anclado en un puerto.

En la nave americana fueron trasladados hasta San Francisco. Desde allí, en diligencias, hicieron el viaje de 8.000 kms  hasta Nueva York donde fueron embarcados para España.

A su llegada fueron recibidos por el Ministro de la Guerra que, al conocer el grado de formación universitaria del oficial llegado de Filipinas, le retuvo como su Secretario personal con el encargo de que pusiera orden en su despacho, un trabajo arduo porque, aquel despacho, era un pozo sin fondo donde venían cayendo los documentos y noticias llegadas desde las hundidas fronteras del que fuera gran imperio español hasta aquellos los años finales del siglo XIX.
    Narciso había cursado estudios de Teología y Filosofía y, a punto de recibir el Orden Sacerdotal, dio un paso atrás siendo reclutado, poco después, junto con su hermano Antonio, con el fin de mandarlos a ultramar en defensa de las colonias que atravesaban momentos de dificultad extrema. 

    Su hermano fue destinado a Cuba donde se casó con una cubana y sería el padre del Arzobispo de La Habana Ilustrísimo D. Antonio Herrera.

    Concluida satisfactoriamente su encomienda, solicitó ser licenciado.  El Ministro de la Guerra accedió y, tras ascenderle a Capitán del Ejército, le licenció, no sin antes nombrarle Capataz de Camineros de las Carreteras de Toledo.

    Narciso se casó con Amalia y tuvo nueve hijos (el quinto,  Galo, fue asesinado en guerra por el mero hecho de ser hermano del Alcalde de Oropesa). Murió hace 80 años, en Oropesa,  el 20 de noviembre de 1940.
    
 Curiosamente el cura del pueblo, Eduardo Martin Gallinar, fue íntimo amigo del caudetano el Carmelita Alberto Marco Alemán, de la familia conocida como “los Monjos”, que luego sería martirizado en Paracuellos del Jarama (24.11.1936).

      Nuestro paisano trabó amistad cuando Eduardo, que era el Prior de Convento de El Henar (Cuellar), asistió a unos ejercicios espirituales que dirigió a los curas de la zona.

     Con motivo de la segunda película para mejorar aquella de los años cuarenta, pretensión fallida a pesar del potencial económico que se invirtió, sólo hubo una escueta reseña en un informativo de una de las televisiones: “no fueron los últimos, todavía quedó uno.

        En realidad eran dos y un montón de españoles más abrazados por la tierra que defendían como suelo patrio y que a la postre dejó de ser española. Ni un nombre, ni los avatares que tuvieron que pasar hasta que volvieron a sus casas. Ni cómo concluyó la peripecia. ¡Nada! El anonimato más absoluto. Nadie se ha preocupado de indagar en le archivos del Ministerio de la Guerra”.

(Fuente: El cuaderno de familia escrito por mi abuelo Narciso Herrera Coronado donde plasmó toda la peripecia histórica que le tocó vivir, ha venido trasmitiéndose oralmente en familia, en mi familia. Desafortunadamente, aquel cuaderno desapareció, físicamente, en los primeros meses de la Guerra Civil española de 1936).
 

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