Con motivo de la inauguración
del Monumento a los Héroes
de Baler que tuvo lugar el pasado 13 de enero en la Plaza del Conde del Valle
Súchil, Barrio de Chamberí, que
honra la gesta del destacamento de Baler en
la isla de Luzón, Alfonso
Herrera escribió en una de sus maravillosas crónicas, con las que a diario nos deleita, que "el último que salió de Filipinas
fue un oficial del Ejército español acompañado por un subalterno que, amparados
en la oscuridad, en medio de una noche, se presentaron a bordo de un destructor
americano en 1901". Esto
es lo que nos cuenta el P. Alfonso:
"Este militar, ¡el último!, el Capitán Narciso
Herrera Coronado, era mi abuelo que, junto con un soldado a sus
órdenes, fueron, propiamente, los “ÚLTIMOS
DE FILIPINAS”.
Habían pasado dos años desde que los valientes
de Baler, sin rendir
armas y rindiéndoseles honores por el ejército
filipino, salieron del infierno que fue la resistencia de un asedio sin
cuartel que se prolongaría durante 337
días, y fue entonces cuando los últimos soldados patrios dejaron
atrás, poniendo fin a un imperio donde,
por espacio de cuatro
siglos, no se ponía el sol.
Y tuvo que ser, así, en medio de la noche, para que el sol no
sintiera vergüenza cuando un grupo
de indígenas les bajaron, a escondidas, desde la profundidad de la
selva, hasta el puerto donde
aquel militar, se presentó al Comandante del
barco de guerra americano, en calidad de oficial
del ejército español, solicitando asilo para
él y para su subalterno. Lo que les fue concedido.
No debieron ser malas personas ni él, Narciso Herrera Coronado, ni
su soldado asistente, cuando un poblado de aborígenes les
dio cobijo y defensa durante dos
años contra las partidas de soldados tagalos que peinaban la
selva eliminando a cualquier soldado español que encontraran ocultos en
la espesura de la selva.
Narciso Herrera Coronado
Narciso Herrera Coronado
Y es que, como ocurriera en otros destacamentos, como el de Baler, la necesidad de avituallamiento les
obligaba a salir en busca de él. Una vez no pudieron entrar y se vieron
obligados a introducirse en la selva donde no llegaron a conocer lo del armisticio y allí
permanecieron hasta que fueron informados de la presencia de un destructor americano anclado en
un puerto.
En la nave americana fueron
trasladados hasta San
Francisco. Desde allí, en diligencias, hicieron el viaje de 8.000 kms hasta Nueva York donde
fueron embarcados para España.
A su llegada fueron recibidos por el Ministro
de la Guerra que, al conocer el grado de formación universitaria del oficial
llegado de Filipinas,
le retuvo como su Secretario
personal con el encargo de que pusiera
orden en su despacho, un trabajo arduo porque, aquel despacho, era un
pozo sin fondo donde venían cayendo los documentos y noticias llegadas desde
las hundidas fronteras del que fuera
gran imperio español hasta aquellos los años finales del siglo XIX.
Narciso había
cursado estudios de Teología
y Filosofía y, a punto de recibir el Orden Sacerdotal, dio un paso
atrás siendo reclutado, poco después, junto con su hermano Antonio, con el fin de
mandarlos a ultramar en
defensa de las colonias que atravesaban momentos de dificultad extrema.
Su hermano fue destinado a Cuba donde se casó con una cubana y sería el padre del Arzobispo de La Habana Ilustrísimo D. Antonio Herrera.
Su hermano fue destinado a Cuba donde se casó con una cubana y sería el padre del Arzobispo de La Habana Ilustrísimo D. Antonio Herrera.
Concluida satisfactoriamente su encomienda,
solicitó ser licenciado. El Ministro de
la Guerra accedió
y, tras ascenderle a Capitán
del Ejército, le licenció, no sin antes nombrarle Capataz
de Camineros de las Carreteras de Toledo.
Narciso se casó con Amalia y
tuvo nueve hijos (el quinto, Galo, fue asesinado en guerra por el mero
hecho de ser hermano del Alcalde de Oropesa).
Murió hace 80 años, en Oropesa, el
20 de noviembre de 1940.
Curiosamente el cura del pueblo, Eduardo Martin Gallinar, fue íntimo amigo del caudetano el Carmelita Alberto Marco Alemán, de la familia conocida como “los Monjos”, que luego sería martirizado en Paracuellos del Jarama (24.11.1936).
Nuestro paisano trabó amistad
cuando Eduardo, que era
el Prior de Convento de El
Henar (Cuellar), asistió a unos ejercicios espirituales que dirigió a
los curas de la zona.
Con motivo de la segunda película para
mejorar aquella de los años cuarenta, pretensión fallida a pesar del potencial
económico que se invirtió, sólo hubo una escueta reseña en un informativo de
una de las televisiones: “no
fueron los últimos, todavía quedó uno.
En realidad eran dos y
un montón de españoles más abrazados por la tierra que defendían como suelo patrio y que a la
postre dejó de ser española. Ni un nombre, ni los avatares que tuvieron que
pasar hasta que volvieron a sus casas. Ni cómo concluyó la peripecia. ¡Nada! El
anonimato más absoluto. Nadie se ha preocupado de indagar en le archivos del Ministerio de la Guerra”.
(Fuente: El cuaderno de familia escrito por mi abuelo Narciso Herrera Coronado donde
plasmó toda la peripecia histórica que le tocó vivir, ha venido trasmitiéndose
oralmente en familia, en mi familia. Desafortunadamente, aquel cuaderno
desapareció, físicamente, en los primeros meses de la Guerra
Civil española de 1936).
No hay comentarios:
Publicar un comentario