Si para una persona, la ambición es tanto o más importante
que las cualidades a la hora de desarrollar una carrera de éxito. Yo, carecía
de ambas. Proponerse una meta y luchar para alcanzarla, por encima de todo,
dejando en el camino o pasando por aquello que le impida avanzar, y seguir
ascendiendo sin mirar atrás constituye la esencia de una carrera convencional.
Egocentrismo, egolatría, egomanía.
Ni ambición
ni talento: decisión y morro. Tomaba de buen grado los huecos de transición,
los espacios que se usan exclusivamente como lanzadera, donde pasado un tiempo,
si no se despega, se renuncia para tomar otros derroteros. Esos resquicios
marginales, subterráneos, cutres si se quiere, siempre de paso, sería mi
ecosistema, mi meta. Empezamos por lo más bajo y hasta muchos años después no
salí de allí.
Siempre he pensado que la felicidad, por usar un término común, tiene mucho que ver con estar cerca de aquel que fuimos. A partir de la adolescencia, nuestro gusto, nuestras pasiones, nuestros deseos ya están definidos y no cambian. Creo que el ser que surge en esta etapa libremente, sin otro condicionante que la falta de independencia debido a la edad, es el que verdaderamente somos.
La vida nos
va llevando de un lugar a otro y muchas veces sentimos la tentación de
mimetizarnos con los diferentes espacios que atravesamos, podemos incluso
convertirnos en “otro” pero es esa conexión con el que de verdad fuimos la que
nos va a procurar una existencia placentera, descartando a los “otros”, esos personajes,
esos disfraces que la coyuntura nos obliga a tomar.
Acerté de
pleno.
Si yo tenía aquello que los demás disfrutaban de vez en cuando, y para lo cual se tenían que matar a currar. Mi situación era como la del cabrero que se encuentra sentado debajo de una encina contemplando el rebaño cuando es interpelado por un forastero que le explica cómo organizarse para aumentar la producción de leche, hacer él mismo los quesos en lugar de vender la materia prima y terminar montando una fábrica. “¿Y eso pa qué?”, pregunta el cabrero, “Pues para poder retirarse y vivir tranquilamente”, “Y qué estoy haciendo, cojones?”.
No
renunciaba al éxito, a la opulencia, pero sabía que la vía que seguía era un
viaje a ninguna parte y eso no me angustiaba, no me agobiaba, como si fuera
inmortal, no tenía prisa ni quien me la metiera.
El hecho de que los sistemas de alienación funcionen tan bien y vivamos bajo la amenaza permanente de la neurosis de renta deja el campo libre a los pocos que saltan la valla del corral. Claro que aquellos tiempos no estaban regidos por la inestabilidad actual, que ha sometido a los ciudadanos, obligados a aceptar cualquier trabajo en cualquier condición, laminando los derechos elementales que regían la cuestión laboral.
El poder tiene colgado al ciudadano por la
región genital y el camino que ha trazado conduce inexorablemente a la
esclavitud.
Es cierto que para llevar una vida inestable hacen falta dos cosas que rara vez se dan: un nivel mínimo de conocimiento y grandes dosis de inconsciencia. Estas dos condiciones necesarias, aunque no suficientes, suelen ser incompatibles, ya que el conocimiento suele conducir a la razón, a la capacidad de concluir, de elegir lo que parece menos lesivo: a la estabilidad, que produce seguridad y proporciona tranquilidad.
Como la vida es proceso de degradación física, de
degeneración orgánica, lo inteligente es buscar la seguridad, intentar
amortiguar el impacto del futuro.
Si uno es capaz de tener, aunque sea por un período de tiempo breve, una existencia alternativa para contemplar la vida con una perspectiva diferente, se le brinda la posibilidad de elegir. La mayoría de la gente no ha tenido nunca, jamás, esa posibilidad.
Cree que está donde quiere, pero no es así. Se cuestiona su vida
en puntuales crisis existenciales que supera sin moverse un ápice de su sitio,
sin plantearse cambio alguno, para poder sobrevivir, pero rara vez se para a
pensar, aunque sea una sola vez, cómo ha llegado hasta allí.
Equivocado o
no, era lo que pensaba. Vivir: esa era la meta. Si es que alguna vez tuve una.
Vivir, no
existir.
POSDATA. - Esta forma de vivir, este criterio de pensar, acertado o no, tiene su autoría en la persona de El Gran Wyoming.
La canción de hoy, “Para vivir” habla de no quedarse inmovilizado, reclama espacios de independencia para hacer caminos por uno mismo. Esta canción es una de las pocas rarezas que tiene la carrera musical de Joan Manuel Serrat.
La letra que dejo aquí es la primera que se compuso para la
película Mi profesora particular de
Jaime Camino en 1973, y cuyo texto es diferente a la que apareció
posteriormente en el disco “Canción infantil”.
Nos dejáis una herencia,
nos marcáis un sendero,
nos decís lo que es malo
y lo que es bueno, pero...
Ni los vientos son cuatro,
ni siete los colores.
No nos contéis más cuentos,
que somos mayores.
Y el sol sólo es el sol si brilla en mí.
Y la lluvia sólo es lluvia si me moja al caer.
Cada fruto es el mío;
cada hembra, mi mujer.
Vivir para vivir.
Sólo vale la pena vivir para vivir,
para vivir.
Sólo vale la pena vivir para vivir.
Mirando entre las penas,
y las historias rotas,
que una sonrisa pueda
a dar a luz tu boca.
El futuro es incierto
y el ayer no regresa.
Abrázate al presente,
qué más da si pega o besa.
Que Sol sólo es el Sol si brilla en ti.
Y la lluvia sólo es lluvia si me moja al caer.
Cada fruto es el tuyo;
cada hembra, tu mujer.
Vivir para vivir.
Sólo vale la pena vivir para vivir,
para vivir.
Sólo vale la pena vivir para vivir.
No entiendo porque no pone usted fotos de los políticos culpables
ResponderEliminar"según su artículo"
Un ejemplo de lo que es ser consecuente... ¡Vaya tela!
ResponderEliminarhttps://ecoteuve.eleconomista.es/programas/noticias/10819976/10/20/Wyoming-victima-de-un-bulo-en-su-foto-en-Atocha-iba-a-trabajar-y-aun-no-estaba-el-confinamiento.html