sábado, 28 de noviembre de 2020

Una Ley de Educación donde los profesores enseñen a sus alumnos a pensar señora Celaá es lo que necesitamos y no que pasen de curso sin estudiar.

      En el blog  "El Adarve", de Miguel Ángel Santos Guerra, me he  encontrado de nuevo con la ingeniosa respuesta de Daniel Bohr a su profesor que vuelvo a  traer a este blog después de recomendarle a la señora  Ministra de Educación Isabel Celaá que sería mejor una Ley de Educacion que invite a los alumnos a pensar en vez de a ser papagayos que vomitan fórmulas y teorías aprendidas de memoria para aprobar un examen....

La anécdota, famosísima tanto en inglés como en español, es falsamente atribuida al estudiante Niels Bohr, premio Nobel de Física en 1922. En realidad se trata del invento de un excelente profesor de física llamado Alexander Calandra, fallecido el 8 de marzo de 2006 a los 95 años. Un profesor que trabajó gran parte de su vida en la Universidad de Washington en St. Louis, EE.UU.

Calandra está considerado un gran profesor y un gran docente, aunque no destacó como investigador. Trabajó en múltiples comités sobre docencia y recibió múltiples premios por su labor, entre ellos, el prestigioso premio Robert A. Millikan de la AAPT (American Association of Physics Teachers), que se concede a los mejores docentes de Física (que sean miembros de dicha asociación).

Calandra publicó esta anécdota (como ya he dicho ideada por él) en su libro “The Teaching of Elementary Science and Mathematics”. Washington University Press, St. Louis, 1961. La anécdota se popularizó tras su aparición en el semanario “The Saturday Review” (pág.60, Dec. 21, 1968 ), con el título “Angels on the Head of a Pin. A Modern Parable”. El editor hizo algún que otro cambio respecto al libro.

La anécdota se ha republicado cientos de veces, con multitud de variantes, incluyendo la variante Bohr–Rutherford. A veces sorprende hasta dónde se ha llegado a publicar. Calandra la pone en boca del premio nobel de Química de 1909 y Presidente de la Sociedad Real Británica Ernest Rutherford. La anécdota dice así:

        “Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que este afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo. Leí la pregunta del examen: ‘Demuestre cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro”.

El estudiante había respondido: ‘lleve el barómetro a la azotea del edificio y átele una cuerda muy larga. Descuélguelo hasta la base del edificio, marque y mida. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio.

       Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente. Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, podría alterar el promedio de su año de estudios, obtener una nota más alta y así certificar su alto nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel.

    Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le concedí seis minutos para que me respondiera la misma pregunta pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física.

    Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunté si deseaba marcharse, pero me contestó que tenía muchas respuestas al problema. Su dificultad era elegir la mejor de todas. Me excusé por interrumpirle y le rogué que continuara. 

 En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta: coja el barómetro y láncelo al suelo desde la azotea del edificio, calcule el tiempo de caída con un cronómetro. Después aplique la formula h=1/2 at2. Y así obtenemos la altura del edificio. En este punto le pregunté a mi colega si el estudiante se podía retirar. Le dio la nota más alta.

    Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras respuestas a la pregunta. Bueno, respondió, hay muchas maneras, por ejemplo, coges el barómetro en un día soleado y mides la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio.

      Perfecto, le dije, ¿y de otra manera? Sí, contestó, éste es un procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve. En este método, "coges el barómetro y te sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja. Según subes las escaleras, vas marcando la altura del barómetro y cuentas el número de marcas hasta la azotea. Multiplicas al final la altura del barómetro por el número de marcas que has hecho y ya tienes la altura".

Este es un método muy directo. Por supuesto, si lo que quiere es un procedimiento mas sofisticado, puede atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Si calculamos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la gravedad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla fórmula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio.

En este mismo estilo de sistema, atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo puedes calcular la altura midiendo su periodo de precisión.

En fin, concluyó, existen otras muchas maneras. Probablemente, la mejor sea coger el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del conserje. Cuando abra, decirle:

Señor conserje, aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo.

En este momento de la conversación, le pregunté si no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares), dijo que la conocía, pero que durante sus estudios, sus profesores "habían intentado enseñarle a pensar".

El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés, premio Nobel de Física en 1922, más conocido por ser el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica”. 
















2 comentarios:

  1. Este gobierno y sus socios sabrán ellos lo que quieren hacer con la educación, y no entremos en el debate de la concertada o educación especial, eso lo dejamos para los que entienda esta ley. Pero lo que no es normal que cada vez que entra un nuevo gobierno, cambiamos la ley y esta es una ley muy especial la cual se debería consensuar y tener una para muchos años.

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  2. Es período de oscilación, no de precisión.

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