De forma casual escuché en una emisora la polémica surgida en las fiestas de un pueblo español por la contratación de un espectáculo cómico-taurino protagonizado por enanos (no recuerdo el eufemismo ridículo con que se les denomina actualmente a estas personas).
Gran parte de
la sociedad reprende la actitud del Alcalde y su tenaz decisión de
contratarlos; por contra, estos señores acuden a su derecho de libertad para
ganarse la vida como más les plazca.
Recordé haber
leído algo referente a este asunto hace algunas semanas. Lo busqué y aquí se lo
transcribo. Pertenece al escritor Juan Soto Ivars, Águilas (Murcia) 1985.
"La prohibición en España de que los enanos trabajen haciendo strpitis".
El enano es la figura limitar por antonomasia: un adulto con un cuerpo de niño que parece atascado entre dos mundos.
De pronto, la ley no les permite realizar los bailes eróticos que sí pueden hacer hombres y mujeres de estatura superior. La decisión los separa y los proporciona un rango especial en el que ciertos comportamientos son indignos.
¿A qué se debe la restricción? Desde el punto de vista de la justicia social políticamente correcta, nos dirán que el baile erótico de los enanos alimenta un estereotipo; pero, en realidad, la diferencia entre el baile de un acondroplásico y el hombre de un metro ochenta anida en la ambigüedad.
El baile del enano pone en marcha elementos tan inquietantes como la comicidad, el erotismo y la humillación. Como lo expresaba unos de los afectados, Toni the Midget, en el artículo citado: “Lo quieren prohibir porque les ofende. Y yo me voy a quedar sin trabajo.
¿Eso no les ofende? A mí me gusta mi trabajo. A mí no me humillan
y no creo que se rían de mí. Se ríen porque hago cosas graciosas, que me las
preparo en el espectáculo para eso. Para un artista cómico, lo mejor que le
puede pasar es que la gente se ría, ¿no?”. No, por lo visto. La sociedad (en
este caso un grupo de presión) decide por Toni the Midget sobre asuntos
simbólicos que afectan a su vida.
Yo digo: Amén .
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