Sí, benditos lectores, puedo asegurarles con personal certeza presencial, la Rexistencia de dos tipos de restaurantes para ricos. Los restaurantes tipo: tres estrellas Michelin, a los que asisten, muy, pero que muy de vez en cuando (porque les jode mucho, aunque nieguen reconocerlo, pagar 300 euros por el menú), aquellas personas que en mi pueblo dicen que “tienen billetes”.
Es decir, nuevos casi ricos, pedantes, garrulos y ostentosos, que les han llovido los euros gracias a cualquier “pelotazo”. Les escribo un ejemplo antiguo, pero práctico para su comprensión: en los 90, había en Madrid, en la calle Orense, rotulado con el nombre de “La Dorada”, un Restaurante con un libro de reservas a muchos meses vista.
En este local, disponían de un
fotógrafo propio para retratar –a petición particular- a aquellos comensales
que tenían el privilegio de consumir en este local. Un servidor conocía, muy de
cerca, a este fotógrafo, y me aseguraba que a diario vendía 30 o 40 fotografías,
a razón de 500 pesetas la unidad. Una pasta gansa…
Existe otro
tipo bien distinto de Restaurantes para ricos. Pero, ¡ojo! para ricos de toda
la vida, aquellos ricos con “denominación de origen”. De esos ricos que no se
dejan ver por la calle, ni en los papeles, invisibles para la gente corriente;
de esos que se gastan grandes sumas de dinero, en sitios para privilegiados que
conocen muy pocos.
Vamos con este segundo grupo de potentados: los grandes ricos de abolengo, los que no necesitan saber cuantos millones de euros poseen. Principios de los 90; empresario alemán con 125 empleados a su disposición. Se celebra la compra de una máquina suiza valorada en una fortuna, que facilita el trabajo de una manera increíble, y que había permanecido retenida en la aduana varios meses por motivos burocráticos.
El amo germano se siente rumboso y nos invita a
varios “coroneles” de la empresa a comer. (Hago un paréntesis para comentar que
este forajido desapareció de la noche a la mañana dejando a toda la plantilla
en la calle, varios años más tarde).
Escribamos sobre los hechos significativos: hacemos un alto en la jornada laboral y nos dirigimos cuatro personas junto con el dueño, hacia un restaurante; aparcamos el coche en el elegante barrio Salamanca de Madrid, delante de un edificio de nueva construcción con unos soportales muy elevados. Frente nuestra, una vulgar puerta de madera desprovista de cualquier luminoso publicitario o pequeño cartel indicativo.
Se adelanta el teutón para pulsar el timbre de la puerta. Le abre la misma un señor de rigurosa etiqueta, y sin hacer la más mínima pregunta nos invita a seguirle.
Circulamos por un amplio pasillo provisto de una
decoración sobria pero muy elegante; sin esa tortuosa y maldita musiquilla de
fondo que se empeñan en sintonizar en cualquier establecimiento de medio pelo.
Nos ruega que pasemos a una habitación muy amplia con una luminosidad y
decoración exquisita, provista de una mesa circular enorme dispuesta para
nosotros.
Continua el show. Tomamos asiento, y el tipo elegante hace entrar a otro fulano de igual porte apolíneo, presentándonoslo por su nombre, y subrayando el cargo de mayordomo para nuestra plena disposición. En un apacible silencio y una muy estudiada serenidad nos señala con el dedo (sin apuntar, solo insinuando) la puerta de una habitación situada al fondo de la gran habitación, en donde se halla el lavabo.
El mayordomo se
sitúa en la puerta de entrada de la habitación en postura recia como soldado
del palacio de la reina de Inglaterra, y aparece, de nuevo, el personaje que
nos recibió. Nos hace saber con melodiosa voz de locutor radiofónico que
podíamos disfrutar de varios tipos de pescados y de otros tantos de carne.
Recuerdo haber elegido merluza. Para beber, comentó: lo que los señores
dispongan.
Prosigue el espectáculo. El alemán y algún otro, eligieron vino, dejándose aconsejar por el jefe (pienso que por rotunda ignorancia y manifiesto asombro); el resto optamos por el agua pues debíamos seguir trabajando más tarde.
Nos traen el agua, no en
botella precintada, no, sino en unos transparentes decantadores; informándonos
(al comprobar la cara de escépticos), de que el agua que vamos a beber está
filtrada y a su vez tratada analíticamente por ellos. ¡Zasca, en toda la boca!
Me disponen la
merluza frente a mí, y con una continuada delicadeza me ofrece sus servicios
para desespinarla; asiento con la cabeza; al lado mío y provisto de impolutos
guantes blancos y con la precisión, rapidez y destreza de un fino relojero me
regresa el pescado en la exacta disposición en que llegó, y como pude degustar
más tarde, sin la mínima raspa. Eso es arte.
De los
postres, para ser sincero, no me acuerdo. No pueden imaginarse, a esas alturas
de espectáculo, el alucine que tenía en el cuerpo.
Debido a que
teníamos que seguir en el tajo, la sobremesa fue muy reducida y sin alcohol. A
la mínima insinuación de levantarnos de la mesa, el mayordomo, con sigilo,
avisó al que nos recibió, y éste, nos acompañó hasta la puerta para despedirnos
con un suave: buenas tardes señores.
Recapitulación: Ese Restaurante no se anunciaba en el exterior. Cuando nos abrieron la puerta sabían con precisión quiénes éramos. En el transcurso de la comida no escuchamos voces ni ningún ruido exterior, ni tampoco olores de cocina.
No disponían de carta; ofrecían lo mejor y más fresco que ese día
vendían en el mercado. No salió de la cocina ningún chef regordete con su
nombre bordado en la chaquetilla para informarse de nuestra satisfacción. El alemán ni pidió la cuenta ni pagó en modo
alguno.
Enseñanza extraída: No tenemos, ni podemos llegar a imaginar en qué lugares y cuanto dinero se pueden gastar los ricos “de verdad” en sus placeres. Si en los años 90 estos opulentos tipos disfrutaban de este bienestar, cómo se lo montarán ahora los mismos, sabiendo con certeza, que en la actualidad son aún mucho más ricos que antes.
No esperen informarse de cómo es el día a día de estos magnates a través de algún reportaje periodístico de investigación televisivo. Y, por último, si en algún momento de su puñetera vida, ustedes pierden la cabeza momentáneamente, por lo que fuere, y deciden impresionar a su churri y sufren la tentación de llevarla/e a uno de esos “michelines”.
Tengan primero en cuenta: la cantidad de ladrillos que han tenido que soportar sus riñones; los kilómetros de paredes que han pintado a destajo; la cantidad de mierda que han tenido que fregar de las escaleras y portales; las broncas y amenazas injustificadas del patán de su jefe; además de todos los culos y babas que han tenido que limpiar.
Tan sólo, para que le sirvan, no en un plato, sino en un artefacto de unos 40 centímetros de diámetro, una “cosa” semejante a un diminuto huevo frito, cabalgado por unos pedacitos churretosos de algo desconocido, y coronado por cuatro florecillas silvestres de colorines; donde tardas menos en zampártelo, que el camarero en anunciarte su composición. Aquí lo dejo…
“De cuando estuve loco" es la canción que rescato hoy. Compuesta
hace veinte años por Serrat sobre versos de Tito Muñoz, dentro del disco
“Versos en la boca”.
El sur vuelve a ser la dirección de sus sentimientos. Es la historia de una pasión amorosa exacerbada.
https://www.youtube.com/watch?v=flaE3nEnhEQ
De cuando estuve loco aún conservo
el carné de majara en la cartera,
un plano detallado del infierno,
un cielo con pirañas y goteras,
un prontuario en la comisaría,
un frasco con pastillas de colores,
la carta con la que te despedías,
remedios varios contra el mal de amores.
Ahora voy rumbo al sur a sentar plaza
desdeñando otros puntos cardinales
y el Sol encarcelado en la terraza.
Voy rumbo al sur buscando
tus besos espirales.
Atrás dejo kilómetros de afueras,
aire por respirar, luces en rojo.
Hacia donde señalan tus pezones
voy a toda pastilla
dando gas a la moto.
De cuando estuve loco aún conservo
un par de gramos de delirio en rama,
por si atacan con su razón los cuerdos
y un viento fuerza seis de tramontana;
el vicio de escribir por las paredes
pareados de amor, y la manía
de buscarte entre todas las mujeres
que en horas bajas me hacen compañía.
Cuando rozo tus pétalos, nenúfar
que sobreviven en aguas estancadas
saltan chispas, los cables se me cruzan,
se me sube el mercurio
y me salta la alarma.
Mono de ti que me obliga a llevarte
en sobres rojos, liofilizada,
para tomarte cuando me apeteces
a sorbos cortos
donde duele la madrugada.
Te escribo desde un área de servicio
donde sólo me ofrecen gasolina.
Puedes llamarme a cobro revertido
desde la caracola de la esquina.
Lo verdaderamente destacado y atractivo es que les hubiese llevado a una orgía con tres platos golosos por persona.
ResponderEliminarEso sí que causaría envidia de la gorda.
Y, ahora, a comparar el sueldo del alcalde de Barcelona con el SMI.
ResponderEliminarY mas comparaciones que se le ocurran. Que las hay a montón.