sábado, 26 de febrero de 2022

"Ensayo sobre Restaurantes para ricos", por Óscar de Caso. "Les jode mucho, aunque nieguen reconocerlo, pagar 300 euros por el menú,"

       Sí, benditos lectores, puedo asegurarles con personal certeza presencial, la Rexistencia de dos tipos de restaurantes para ricos. Los restaurantes tipo: tres estrellas Michelin, a los que asisten, muy, pero que muy de vez en cuando (porque les jode mucho, aunque nieguen reconocerlo, pagar 300 euros por el menú), aquellas personas que en mi pueblo dicen que “tienen billetes”. 

    Es decir, nuevos casi ricos, pedantes, garrulos y ostentosos, que les han llovido los euros gracias a cualquier “pelotazo”. Les escribo un ejemplo antiguo, pero práctico para su comprensión: en los 90, había en Madrid, en la calle Orense, rotulado con el nombre de “La Dorada”, un Restaurante con un libro de reservas a muchos meses vista.

 En este local, disponían de un fotógrafo propio para retratar –a petición particular- a aquellos comensales que tenían el privilegio de consumir en este local. Un servidor conocía, muy de cerca, a este fotógrafo, y me aseguraba que a diario vendía 30 o 40 fotografías, a razón de 500 pesetas la unidad. Una pasta gansa…

          Existe otro tipo bien distinto de Restaurantes para ricos. Pero, ¡ojo! para ricos de toda la vida, aquellos ricos con “denominación de origen”. De esos ricos que no se dejan ver por la calle, ni en los papeles, invisibles para la gente corriente; de esos que se gastan grandes sumas de dinero, en sitios para privilegiados que conocen muy pocos.

          Vamos con este segundo grupo de potentados: los grandes ricos de abolengo, los que no necesitan saber cuantos millones de euros poseen. Principios de los 90; empresario alemán con 125 empleados a su disposición. Se celebra la compra de una máquina suiza valorada en una fortuna, que facilita el trabajo de una manera increíble, y que había permanecido retenida en la aduana varios meses por motivos burocráticos. 

El amo germano se siente rumboso y nos invita a varios “coroneles” de la empresa a comer. (Hago un paréntesis para comentar que este forajido desapareció de la noche a la mañana dejando a toda la plantilla en la calle, varios años más tarde).

          Escribamos sobre los hechos significativos: hacemos un alto en la jornada laboral y nos dirigimos cuatro personas junto con el dueño, hacia un restaurante; aparcamos el coche en el elegante barrio Salamanca de Madrid, delante de un edificio de nueva construcción con unos soportales muy elevados. Frente nuestra, una vulgar puerta de madera desprovista de cualquier luminoso publicitario o pequeño cartel indicativo. 

Se adelanta el teutón para pulsar el timbre de la puerta. Le abre la misma un señor de rigurosa etiqueta, y sin hacer la más mínima pregunta nos invita a seguirle.

 Circulamos por un amplio pasillo provisto de una decoración sobria pero muy elegante; sin esa tortuosa y maldita musiquilla de fondo que se empeñan en sintonizar en cualquier establecimiento de medio pelo. Nos ruega que pasemos a una habitación muy amplia con una luminosidad y decoración exquisita, provista de una mesa circular enorme dispuesta para nosotros.

          Continua el show. Tomamos asiento, y el tipo elegante hace entrar a otro fulano de igual porte apolíneo, presentándonoslo por su nombre, y subrayando el cargo de mayordomo para nuestra plena disposición. En un apacible silencio y una muy estudiada serenidad nos señala con el dedo (sin apuntar, solo insinuando) la puerta de una habitación situada al fondo de la gran habitación, en donde se halla el lavabo.

 El mayordomo se sitúa en la puerta de entrada de la habitación en postura recia como soldado del palacio de la reina de Inglaterra, y aparece, de nuevo, el personaje que nos recibió. Nos hace saber con melodiosa voz de locutor radiofónico que podíamos disfrutar de varios tipos de pescados y de otros tantos de carne. Recuerdo haber elegido merluza. Para beber, comentó: lo que los señores dispongan.

          Prosigue el espectáculo. El alemán y algún otro, eligieron vino, dejándose aconsejar por el jefe (pienso que por rotunda ignorancia y manifiesto asombro); el resto optamos por el agua pues debíamos seguir trabajando más tarde. 

Nos traen el agua, no en botella precintada, no, sino en unos transparentes decantadores; informándonos (al comprobar la cara de escépticos), de que el agua que vamos a beber está filtrada y a su vez tratada analíticamente por ellos. ¡Zasca, en toda la boca!

          Me disponen la merluza frente a mí, y con una continuada delicadeza me ofrece sus servicios para desespinarla; asiento con la cabeza; al lado mío y provisto de impolutos guantes blancos y con la precisión, rapidez y destreza de un fino relojero me regresa el pescado en la exacta disposición en que llegó, y como pude degustar más tarde, sin la mínima raspa. Eso es arte.

          De los postres, para ser sincero, no me acuerdo. No pueden imaginarse, a esas alturas de espectáculo, el alucine que tenía en el cuerpo.

          Debido a que teníamos que seguir en el tajo, la sobremesa fue muy reducida y sin alcohol. A la mínima insinuación de levantarnos de la mesa, el mayordomo, con sigilo, avisó al que nos recibió, y éste, nos acompañó hasta la puerta para despedirnos con un suave: buenas tardes señores.

          Recapitulación: Ese Restaurante no se anunciaba en el exterior. Cuando nos abrieron la puerta sabían con precisión quiénes éramos. En el transcurso de la comida no escuchamos voces ni ningún ruido exterior, ni tampoco olores de cocina.

 No disponían de carta; ofrecían lo mejor y más fresco que ese día vendían en el mercado. No salió de la cocina ningún chef regordete con su nombre bordado en la chaquetilla para informarse de nuestra satisfacción.  El alemán ni pidió la cuenta ni pagó en modo alguno.

          Enseñanza extraída: No tenemos, ni podemos llegar a imaginar en qué lugares y cuanto dinero se pueden gastar los ricos “de verdad” en sus placeres. Si en los años 90 estos opulentos tipos disfrutaban de este bienestar, cómo se lo montarán ahora los mismos, sabiendo con certeza, que en la actualidad son aún mucho más ricos que antes. 

No esperen informarse de cómo es el día a día de estos magnates a través de algún reportaje periodístico de investigación televisivo. Y, por último, si en algún momento de su puñetera vida, ustedes pierden la cabeza momentáneamente, por lo que fuere, y deciden impresionar a su churri y sufren la tentación de llevarla/e a uno de esos “michelines”.

 Tengan primero en cuenta: la cantidad de ladrillos que han tenido que soportar sus riñones; los kilómetros de paredes que han pintado a destajo; la cantidad de mierda que han tenido que fregar de las escaleras y portales; las broncas y amenazas injustificadas del patán de su jefe; además de todos los culos y  babas que han tenido que limpiar. 

Tan sólo, para que le sirvan, no en un plato, sino en un artefacto de unos 40 centímetros de diámetro, una “cosa” semejante a un diminuto huevo frito, cabalgado por unos pedacitos churretosos de algo desconocido, y coronado por cuatro florecillas silvestres de colorines; donde tardas menos en zampártelo, que el camarero en anunciarte su composición. Aquí lo dejo…

“De cuando estuve loco" es la canción que rescato hoy. Compuesta hace veinte años por Serrat sobre versos de Tito Muñoz, dentro del disco “Versos en la boca”.

          El sur vuelve a ser la dirección de sus sentimientos. Es la historia de una pasión amorosa exacerbada. 

https://www.youtube.com/watch?v=flaE3nEnhEQ



De cuando estuve loco aún conservo

el carné de majara en la cartera,

un plano detallado del infierno,

un cielo con pirañas y goteras,

un prontuario en la comisaría,

un frasco con pastillas de colores,

la carta con la que te despedías,

remedios varios contra el mal de amores.

Ahora voy rumbo al sur a sentar plaza

desdeñando otros puntos cardinales

y el Sol encarcelado en la terraza.

Voy rumbo al sur buscando

tus besos espirales.

Atrás dejo kilómetros de afueras,

aire por respirar, luces en rojo.

Hacia donde señalan tus pezones

voy a toda pastilla

dando gas a la moto.

De cuando estuve loco aún conservo

un par de gramos de delirio en rama,

por si atacan con su razón los cuerdos

y un viento fuerza seis de tramontana;

el vicio de escribir por las paredes

pareados de amor, y la manía

de buscarte entre todas las mujeres

que en horas bajas me hacen compañía.

Cuando rozo tus pétalos, nenúfar

que sobreviven en aguas estancadas

saltan chispas, los cables se me cruzan,

se me sube el mercurio

y me salta la alarma.

Mono de ti que me obliga a llevarte

en sobres rojos, liofilizada,

para tomarte cuando me apeteces

a sorbos cortos

donde duele la madrugada.

Te escribo desde un área de servicio

donde sólo me ofrecen gasolina.

Puedes llamarme a cobro revertido

desde la caracola de la esquina.      







 

 

2 comentarios:

  1. Lo verdaderamente destacado y atractivo es que les hubiese llevado a una orgía con tres platos golosos por persona.
    Eso sí que causaría envidia de la gorda.

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  2. Y, ahora, a comparar el sueldo del alcalde de Barcelona con el SMI.
    Y mas comparaciones que se le ocurran. Que las hay a montón.

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