¿Por qué el
franquismo no puso una calle a Federico García Lorca? Porque lo había matado.
Es decir, no porque fuera un poeta menor, sino porque el franquismo fue un
régimen nacido de una victoria militar, basado en la extinción o en el
arrinconamiento de una parte de los ciudadanos.
De ahí que uno de sus primeros
trabajos fuera borrar todo signo de la existencia política, cultural o
sociológica de millones de españoles.
Al margen de algunas iniciativas
particulares y locales, el franquismo no promovió la reconciliación de los españoles,
a diferencia de lo que hizo en 1956 el Partido Comunista. A veces no se
entiende con la suficiente claridad lo que significa reconciliación. No se
trata de un abrazo ni de un perdón colectivo, aunque pueda haber ornamentaciones
de ese tipo.
Se trata de la participación de todos los ciudadanos en el espacio
público, en igualdad de condiciones. Hasta su final, el franquismo mantuvo a
muchos españoles aparte. No quiso o no supo aliarse con el tiempo para corregir
su naturaleza, basado en el ¡ay! de los vencidos.
Fue la
democracia la que organizó la política de reconciliación, conscientes tal vez
aquellos hombres transitorios de que la democracia es, en esencia, una
reconciliación. El hecho de que el franquismo no fuera derrocado la facilitó.
Y
también lo hizo una certeza púdicamente reservada: y es que había muchos
españoles dispuestos a actuar como demócratas que, sin embargo, no se
avergonzaban del régimen anterior, del que reconocían al tiempo su deslealtad y
contra el cual no podía lucharse.
La vergüenza es un asunto clave. Los
españoles no se avergonzaron abrumadoramente de Franco como los alemanes de
Hitler. No entro ahora en si eso es o no justo. Solo que es decisivo a la hora
de analizar el tratamiento democrático de su memoria y la de su régimen.
Por las
mismas razones que el franquismo no premió a Lorca se promueve ahora desde el
templo del saber complutense la retirada de honores a Pla, Dalí, Mihura, Pemán
o Gerardo Diego.
El franquismo no perdió un minuto en averiguar qué mérito
habría en describir la luna como “Ajo de agónica plata”, y la podredumbre no lo
pierde ahora en atender qué radical lección planiana se esconde en la frase:
“La persiana es verde”.
No han ganado
una Guerra Civil, pero su raíz totalitaria es la misma. Si son demócratas es
solo porque pasaban por aquí.
POSDATA.- Este escrito es una transcripción literal de un
artículo firmado por el señor Arcadi Espada.
En 1981 el
señor Benedetti, don Mario, editó el libro de poemas “Viento del exilio”.
“Hombre de la paz” es uno de los poemas contenido en el mismo. Está dedicado a
la memoria del expresidente de Chile, Salvador Allende. Para una
mejor comprensión del poema, un servidor ha colocado los signos de puntuación.
Don Mario se servía poco de ellos.
Para matar al hombre de la paz,
para golpear su frente limpia de pesadillas
tuvieron que convertirse en pesadilla.
Para vencer al hombre de la paz,
tuvieron que congregar todos los odios
y además los aviones y los tanques.
Para batir al hombre de la paz,
tuvieron que bombardearlo, hacerlo llama,
porque el hombre de la paz era una fortaleza.
Para matar al hombre de la paz
tuvieron que desatar la guerra turbia.
Para vencer al hombre de la paz
y acallar su voz modesta y taladrante
tuvieron que empujar el terror hasta el abismo
y matar más para seguir matando.
Para batir al hombre de la paz
tuvieron que asesinarlo muchas veces
porque el hombre de la paz era una fortaleza.
Para matar al hombre de la paz
tuvieron que imaginar que era una tropa,
una armada, una hueste, una brigada,
tuvieron que creer que era otro ejército,
pero el hombre de la paz era tan sólo un pueblo
y tenía en sus manos un fusil y un mandato
y eran necesarios más tanques, más rencores,
más bombas, más aviones, más oprobios,
porque el hombre de la paz era una fortaleza.
Para matar al hombre de la paz,
para golpear su frente limpia de pesadillas
tuvieron que convertirse en pesadilla.
Para vencer al hombre de la paz
tuvieron que afiliarse para siempre a la muerte,
matar y matar más para seguir matando
y condenarse a la blindada soledad,
para matar al hombre que era un pueblo
tuvieron que quedarse sin el pueblo.